Sugestión. Otra de las razones por las que me gustan tanto las novelas de Biedma es por su alto poder de sugestión. Son novelas que provocan sensaciones en el lector, sensaciones físicas, quiero decir. Se trata de novelas táctiles que, al empezar a leerlas, parece que pusieran en marcha una de esas máquinas de hacer niebla que se usan en los conciertos. Abrir las páginas de uno de sus libros significa destapar una especie de Caja de Pandora que enrarece los ambientes y los hace densos y espesos.
Nos gusta haber podido descubrir, de la mano de Biedma, que eso de la novela gótica no es una cosa antigua y trasnochada del siglo XIX. Que una pirámide precolombina en la Sevilla posterior a la Expo puede producir tantos fantasmas como los castillos ingleses. Porque Biedma es, y hace tiempo que no utilizo esta expresión, un tipo proteico con una envidiable y desbordante capacidad para crear atmósferas, universos paralelos, dimensiones desconocidas, mundos imaginarios.
Pero es que, además, Biedma borda a sus personajes. Los mima, los quiere y los trata con cariño, aunque luego los apalee, llegado el caso. Son personajes complejos, contradictorios y llenos de aristas. Personajes que mienten, aman, odian, engañan, ayudan y traicionan. Personajes de muchas caras, y, desde luego, no siempre amables.
Las tramas. ¿Hemos hablado de las tramas? No. Y es que Biedma también construye tramas de estilo arácnido: tiende una fina tela de araña en torno a un lector que queda irremisiblemente atrapado en ella, sin posibilidad de escape.
Bueno, voy concretando: “El efecto Transilvania”, publicada por Roca Editorial, es una novela de Juan Ramón Biedma, por lo que el lector ya debe saber, a estas alturas de la reseña, de qué estamos hablando. Una novela protagonizada por un chaval de catorce años que acaba de salir del hospital, tras sufrir una extraña enfermedad que le hace ver e interpretar la realidad desde un punto de vista muy, muy especial.
Y, aunque podríamos hablar mucho más de ella, ahí lo dejamos. De momento. Invitándoles a todos a que no duden en penetrar en la Sevilla mágica, onírica y fantásticamente irreal de uno de los narradores más poderosos y de una personalidad más fuerte y definida de nuestras letras actuales. Un lujo.
Jesús Lens Espinosa de los Monteros.
PD.- Reseña anterior de «El Manuscrito de Dios», en aquella Bitácora titulada Pinchando en Hueso.