Arranca la narración con un primer capítulo, hiperbreve, que impacta y sacude al lector por su crudeza, como si hubiera caído, de pronto, en un pozo ciego de terror salvaje, protagonizado por un asesino serial, cruel y despiadado: “Para no mirar la agonía de la niña a sus pies, intenta fijar la mirada en el calendario de la pared, que le sirve para recordar… que el 23 de noviembre de 1926 aún no ha terminado.”
Sí. Estamos en 1926. En esa Sevilla que tanto gusta a Biedma. Y no se trata de un flash-back, ni mucho menos. Porque uno de los grandes logros de “El imán y la brújula” es contar una historia brutalmente contemporánea, que toca esos temas de triste actualidad que hemos reseñado, radicándola en una década tan improbable como la de los años veinte que, en este caso, distan mucho de ser felices.
Uno de los aspectos que más me subyugan de la prosa de Biedma, como ya dijimos en la reseña que escribimos sobre “El efecto Transilvania”, es la capacidad que tiene de generar y transmitir sensaciones táctiles a través de las páginas de sus libros. Y, desde luego, en “El imán y la brújula”, lo consigue de largo, generando en el lector una agobiante y permanente sensación de oprobiosa angustia.
Estamos ante un libro posmoderno que, para contar muchas de los vicios de las sociedades actuales, hunde sus raíces en una época turbulenta de la historia de nuestro país, que ya anticipaba lo que estaba por venir a través de la amenazante figura de un militar que andaba haciendo la guerra de Marruecos.
Un grupo de iluminados se basan en las enseñanzas del Marqués de Sade para renunciar a Dios. Gente poderosa y bien conectada, que no dudará en defender sus privilegios cuando, de repente, un don nadie empiece a husmear en sus asuntos, acompañado de una singular caterva de personajes que, como ha señalado Paco Ignacio Taibo II, hacen que “Biedma se haya convertido en un artista de una nueva novela negra, esperpéntica, que podría calificarse de nieta de Valle Inclán.”
Efectivamente, los personajes que deambulan por la Sevilla y el Madrid tan atractivamente recreados por Biedma, parecen provenir de aquel Callejón del Gato de los espejos deformantes, transmitiendo una visión subjetiva, personal y muy particular de la realidad circundante.
Una novela adictiva y atractiva, con personajes bien trazados, una historia compleja y rica en matices que tiene su punto fuerte en la densidad y sensación de angustiosa realidad que el autor consigue transmitir en cada capítulo, en cada página, en cada párrafo.
Una novela soberbia y sobresaliente que deslumbrará a lectores de todo tipo y condición y que confirma a Biedma como uno de los autores españoles de culto y cabecera, de imprescindible seguimiento.
Jesús Lens Espinosa de los Monteros.
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