Este fin de semana hemos viajado lejos. Muy lejos. Hemos hecho un fascinante recorrido por el tiempo. En apenas un puñado de kilómetros hemos traspasado varios siglos. Un viaje exótico por culturas y civilizaciones muy diferentes, sin romper los límites perimetrales.
Arrancamos en el Zaidín. Salimos con el petate a cuestas y, caminando, subimos por Gomérez hasta llegar a la Puerta de las Granadas, umbral espacio-temporal que conecta el siglo XXI con la Edad Media. A un lado, la Granada de hoy, vibrante a pesar de encontrarse a medio gas. Al otro, la Granada atemporal en la que se escucha el rumor del agua y el cantar de los pájaros, especialmente ahora que la tenemos para nosotros solos, capitalinos privilegiados.
Llegamos al Parador, en el antiguo convento de San Francisco, nuestro hogar durante 24 horas. No me canso de repetirlo: es uno de los lujos más accesibles que tenemos en Granada. Una vez aposentados en una maravillosa habitación con extraordinarias visitas al Generalife, paseamos por el claustro acompañados del runrún del agua de su fuente, deteniéndonos en jardines y rincones. Disfrutamos de los grandes arcones y baúles de madera que decoran los pasillos. De los cuadros y pinturas que cuelgan de las paredes. De las esculturas, los frescos y los mapas antiguos.
Los restos de alicatados originales en la Sala Nazarí, azules, verdes y blancos. Los mocárabes del conocido como Palacio de un príncipe desconocido… ¡Ay! No hace falta estar alojados en el Parador para disfrutar de buena parte del maravilloso patrimonio histórico-artístico que atesora.
A la caída de la tarde, el entorno de la Alhambra se queda desierto. El paseo se hace moroso mientras se pone el sol. No hay prisa. Es lo que tiene estar aquí. Que el tiempo se congela. No les voy a contar la historia del edificio. Es rica y, por supuesto, está cargada de leyendas, como nos recuerda Blanca Espigares Rooney, guía y amiga con la que tomamos una cerveza en El Almorí, el restaurante del Parador.
Esta noche cenamos ahí. Es una de las prerrogativas de ser huéspedes. Cenar. Hay que terminar antes de las diez, pero es un lujo, que el menú diseñado por el jefe de cocina, Juan Francisco Castro, promete ser memorable y lo contaré en mi próxima Gastrobitácora del suplemento Gourmet de IDEAL. Dormir, soñar y amanecer en la Alhambra. Por un día, viajeros por nosotros mismos.
Jesús Lens