Hace unos días publicábamos en IDEAL un artículo sobre el papel de los profesores, en las aulas. Hoy damos una vuelta de tuerca más y publicamos otro sobre el papel que muchos de ellos desempeñan fuera de las clases.
Uno de los profesores que más me ha condicionado a lo largo de mi vida es uno que nunca me dio clase.
Cuando estudiábamos EGB, Marfil era un mito. Seco como un espárrago triguero, en invierno llevaba a los chavales a practicar esquí de fondo a la Sierra y, cuando no había nieve, los grupos de atletas que seguían su estela por los senderos de la Fuente de la Bicha eran todo un espectáculo.
No recuerdo de qué daba clases en el colegio, pero como atleta, Marfil era querido, admirado y reverenciado. ¿Cuántas generaciones no deberán a Marfil el llevar una vida atlética, sana y deportiva? Un profesor como ése, sencillamente, es un lujo y cualquier colegio debería vanagloriarse por tenerle en su Claustro.
Como pasaba con Don Juan, otro de esos maestros que, sin tener necesidad ni obligación, reunía a un puñado de alumnos de octavo y, en horario extraescolar, nos hablaba del Hombre de Orce, espoleaba nuestra curiosidad y nuestra imaginación y nos empujaba a convertirnos en aprendices de Indiana Jones, los sábados y domingos, buscando fósiles por el Torcal de Antequera o en las serranías de Córdoba.
Un profesor puede limitarse a cumplir con su horario, dar sus clases, marcharse a su casa y, hasta la mañana siguiente; un día tras otro. También puede aspirar a convertirse en un héroe para los alumnos de su colegio o instituto. Un héroe puede ser lo mismo un atleta que el músico que toca en un grupo, el dibujante que hace historietas o el lector y cinéfilo que guía los gustos de sus alumnos, que los moldea y los pule, los ilustra y los conduce.
Todo este tipo de actividades, por lo general, se realizan de forma privada, fuera de la escuela y el instituto. Y nadie les paga por ello, a los profesores. El mismo sueldo cobra el desganado y poco implicado que el imaginativo, esforzado y comprometido maestro que, además de dar clases, se convierte en modelo y referente para los chavales.
Insistamos, ahora que comienza el curso, en reivindicar la figura de una de las personas más importantes en la vida de nuestras jóvenes generaciones: tanto o más aprenden de lo que ven y perciben en sus profesores, de su comportamiento y forma de vida en la calle, que de lo que se les enseña en las aulas.
Una tarde iba corriendo con mi hermano por la Fuente de la Bicha, cuando una voz nos animó desde la lejanía: – “¡Bien por esos hermanos que corren juntos!” Era Marfil.
Ganar una medalla de oro en una Olimpiada no me habría hecho tanta ilusión como ese grito de aliento de un extraordinario profesor que, sin haberme dado una sola lección en la pizarra, tanto ha contribuido en mi formación como persona, como individuo, como ser humano.
Jesús Lens Espinosa de los Monteros.