Dedico este cuento a los amigos del colectivo “Entre Aldonzas y Alonsos”, de Alcalá la Real, que ahora mismo están leyendo relatos en el mítico «Casablanca» de Julián. ¡Salud, amigos!
Era domingo por la tarde y estaba repasando la enorme pila de papeles pendientes, compuesta por informes y hojas de cálculo impresos, recortes de presa, notas apuntadas en servilletas, en páginas arrancadas de la agenda, en tarjetas y hasta en pasquines publicitarios. Fue entonces cuando me encontré con un número de teléfono, apuntado en un trozo de papel arrugado.
Aquel número no me sonaba de nada, pero eso tampoco es de extrañar: desde que usamos los móviles, nadie recuerda un maldito teléfono. Lo verdaderamente raro era que no aparecía ningún nombre junto a los números que me sirviera para identificar el teléfono. ¿A quién correspondería el jodido número y para qué lo habría apuntado yo, subrayándolo dos veces, con trazos enérgicos? Y, sobre todo, ¿por qué lo había apuntado en un papel en vez de hacerlo en la agenda del móvil?
Para salir de dudas, y aun a pique de quedar como un imbécil, marqué el número, a ver si conseguía reconocer a quién contestara al otro lado.
Y a los tres timbrazos, un mensaje pregrabado:
“El servicio acordado ya está en proceso de ejecución o ejecutado. El contrato no puede ser rescindido bajo ningún concepto, circunstancia o excepción; como usted bien sabe. Por su propia seguridad, no diga una sola palabra y no vuelva a llamar a este número. El terminal con el que contactó usted originalmente está destruido, el buzón de voz está desconectado y, por tanto, cualquier mensaje que usted esté pensando dejar grabado no será escuchado por nadie”.
Jesús Lens