Quiso la casualidad, el horario y mis ganas de ir al cine que mi último paso por las salas del 2011 se convirtiera en un impremeditado programa doble de cine de espías: primero vi “El topo” y de inmediato, con el tiempo justo para comprar una botellita de agua con la que hacer más digerible el bolsón de palomitas que me había tomado, me metí a ver “Misión imposible IV”.
Casualmente, ambas películas se abren con una toma aérea de la misma ciudad: Budapest.
Y hasta ahí llegan las similitudes. Porque mientras que la fotografía de “El topo” nos muestra una ciudad gris, brumosa, sucia e inquietante; la franquicia de Tom Cruise abre con la Budapest en alta definición que conocemos gracias a las revistas de viaje en papel couché y a los documentales de canales como “Viajar”: colorista, despejada y luminosa.
Cuando publicaba en Twitter y Facebook que había estado viendo ambas películas, mi querido MIR -al que mandamos desde aquí un abrazo gigante y nuestra más sincera enhorabuena- me preguntaba que cuál me había gustado más. Y, aunque es verdad que son distintas, que no se pueden comparar y que tal y Pascual… no hay color: disfruté mucho más del gris melancólico de “El topo” que de la pirotecnia festiva de “Misión imposible IV”, sin desmerecer sus mértos, que conste.
No sé a quién se le ocurriría, en plena vorágine del siglo XXI, en los tiempos de Wikileaks, Internet, satélites, Anonymous y demás ferralla delincuencial volver los ojos a aquellos años oscuros de Guerra Fría y Telón de Acero; mucho más “sencillos”, pero también mucho más siniestros, ásperos y crueles. En cualquier caso: chapeau y ¡gracias!
Porque “El topo” es una adaptación de John LeCarré protagonizada por uno de sus personajes de referencia: Smiley, un funcionario del MI6 británico cuya Némesis soviética es denominada como Carla en esta película angustiosa, morosa, tranquila, pausada y excelente.
El papel principal está interpretado por Gary Oldman, habitualmente exagerado y sobreactuado en otras cintas y que en esta ocasión está absolutamente contenido, creando arte de la imperturbabilidad más absoluta. Junto a él, un excelente elenco de secundarios de lujo, de esos muy británicos, muy profesionales, que se adaptan a cualquier papel igual que tanta gente se orienta a los cambios de gobierno, circunstancias y coyunturas con pasmosa facilidad. Como si no les costara trabajo.
Y, al mando de la orquesta, el sueco Tomas Alfredson, conocido por haber dirigido la versión original de la muy desasosegante “Déjame entrar”, la mejor y definitiva vuelta de tuerca al cine de vampiros de los últimos años.
Extendernos en “de qué va la película” sería ocioso. Con esos mimbres, ya deberías saber a qué atenerte. Y si no… casi mejor. ¡Ve a verla! Es una gran película. Una película sin acción, pero con mucho ritmo. Y hasta ahí puedo escribir.
Como tiene ritmo la extraordinaria banda sonora, firmada por Alberto Iglesias, al que no nos extrañaría ver con un Oscar en las manos, por fin, dentro de unos meses, por su excepcional trabajo en “El topo”.
Una película en la que aparecen el sastre, el calderero, el soldado y el espía. No recuerdo nada de aquella serie de televisión. Solo una estética adictiva y que su título es de los que se te queda grabado para siempre.
“El topo”. No diremos que es la película de las Navidades, para no amargársela a los adictos al almíbar y los colorines. Pero, desde luego, es de lo mejor que nos ofrece la cartelera estos días.
Jesús Lens Espinosa de los Monteros.
En 2008, 2009, 2010 y 2011, el 3 de enero, fue eso lo que publicamos…