Es un clásico de la ancestral sabiduría popular de nuestra tierra. Un granaíno coge el coche hasta para ir a mear. Eso es así. Y punto. Ahora, un sesudo informe ha venido a darle la razón científica a lo que no era sino una creencia, una intuición, un volunto…
Que tú circulas por la Circunvalación en cualquier momento de la mañana, de la tarde o de la noche; ves la densidad del tráfico y exclamas: ¡Voto a Bríos! ¿Pero a dónde va tanta gente a estas horas, por amor de Dios? A partir de ahí, y conduciendo a 10 kms/hora, tienes tiempo de reflexionar, meditar, pensar, analizar y concluir que, efectivamente, en Granada, cogemos el coche hasta para ir al excusado. Y de ello hablo hoy en IDEAL.
Así lo demuestra, empírica y estadísticamente, el Diagnóstico de Movilidad del Área Metropolitana de Granada, presentado ayer por la Junta de Andalucía: más del 50% de los desplazamientos realizados en dicha área se hace en coche propio.
El coche de San Fernando –un pasito a pie y oro andando- es frecuentado por el 34% de la población y, pásmense, el autobús es utilizado únicamente por el 13% de la población, incluyendo el urbano y el interurbano. Un dato demoledor que le da todo el sentido a un informe que podría parecer de una obviedad innecesaria.
Lo malo de este diagnóstico es todo lo que ustedes ya saben: atascos, pérdida de tiempo, estrés, ansiedad, contaminación, etcétera. Lo bueno: que hay mucho margen de mejora para revertir una situación que, sinceramente, parece surrealista.
No parece lógico ni admisible este abuso del transporte privado. Por una parte, resulta costoso, ineficiente, ruidoso y sucio. Pero, sobre todo, se convierte en uno de los grandes factores de generación de mala leche en la gente.
Una persona, de normal tranquila y sosegada, puede convertirse en feroz vikingo cuando tiene un volante en sus manos. Y, en una rotonda, un coche encabritado puede generar más estragos que el mismísimo caballo de Atila.
Sostiene Sandra García: “Apostamos por políticas de movilidad con carácter supramunicipal e intermunicipales, pensando en las personas, garantizando la igualdad de oportunidades, atendiendo las necesidades de los colectivos más vulnerables y favoreciendo una vida mejor y más rica en opciones…”. Urge que, más allá de una complejísima retórica que deja sin aliento al lector, nos pongamos en serio a voltear esta situación.
Jesús Lens