Es irónico que el Día Internacional de la Cerveza, que se celebró ayer, me haya pillado confinado, encerrado y sin poder salir. De secano total. ¡Mi reino por una birra!
Venga. Póngame los dientes largos, estimado lector. ¿Dónde y cuántas exquisitas cervezas se tomó usted ayer para celebrar tan magna efeméride? ¿En compañía de quién? ¿Con qué las empujó? ¿Con quisquilla de Motril, gamba roja de Garrucha o carne de monte de Andújar? ¡Ays! Muero de la envidia.
Leo, por cierto, que hay desabastecimiento de cubitos de hielo en los supermercados. ¡Joder! Desde lo del papel higiénico no se había escuchado nada igual. Me acerco a la nevera, abro el congelador y suspiro aliviado: las cubiteras siguen allí. Dos nada más. ¡Maldita sea! ¿Cómo he sido tan poco previsor? Ocho o diez debería tener. Y podría hacerme un selfie cuqui, más molón con mi reserva de hielo que los libertarios de las criptomonedas con su ruina a cuestas.
Que escasee el hielo no es traumático. Como no lo fue lo del papel enrollado. La sangre no llegará al río. Las copas se beberán más rápido, eso sí, y se rellenarán antes de que los cubitos se conviertan en aguachirri. Para amortizar el hielo, habrá que tomarse dos a la velocidad de una. Y que salga el sol por Antequera.
Distinto sería que hubiera escasez de cerveza. ¿Se imaginan? Ahí sí podría haber problemas. En este país, la paz social está basada en la caña, el tubo, la copa, el quinto, el tercio, la litrona, el cachi, el zurito, la doble, la media, la pinta, la jarra, el jarrón y cualesquiera otras medidas locales, comarcales o regionales que se usen para dispensar cerveza.
Un español con una cerveza en la mano se convierte en seleccionador nacional, presidente del Gobierno y hasta secretario general de la ONU. Pero, sobre todo, es una persona colmada de felicidad, satisfecha y realizada. ¡Ahí es nada!
Si Arquímedes pedía un punto de apoyo para mover el mundo, un español apoyado en la barra y con una birra en la mano te arregla lo de Ucrania y lo de Taiwan de una tacada y aún le queda tiempo para pedir una de chirlas. Mientras haya cerveza fría en los bares, la cosa todavía aguanta. Siempre que haya parné en la cartera para pagarla, claro. Pero esa es otra historia.
Revisando el frigo, he visto que también tengo cerveza. ¡Faltaría más! Lo que pasa es que no me apetece. ¡Foh! Imagino que será un efecto de la covid. En este punto, un pensamiento turbio cruza por mi mente: ¿y si la mía es covid persistente? ¿Qué pasaría entonces? ¿Abandonaría la cerveza por siempre jamás? Siento escalofríos. Y no es por la fiebre.
Al menos no he perdido el olfato. Mis amaneceres de estos días parafrasean a Carmen Martín Gaite, que se podrían titular ‘Mucosidad variable’. Pero el café sabe a café. Aunque tarde tres horas en acabarlo y se quede frío. ¡Sin necesidad de malgastar hielo en el proceso, eso sí!
Jesús Lens