Otra tarde en que solo hay un tema posible: la cárcel. El talego. La prisión. Incondicional y sin fianza. Que si se van para adentro, que si esta noche duermen calentitos, que si qué vergüenza…
A mí me produce tremendo pesar todo lo que está ocurriendo estas semanas. Es algo indigno de un estado de derecho del siglo XXI que pertenece a la Unión Europea, al mundo desarrollado; una democracia que debería estar consolidada, etcétera, etcétera.
Escribía hace unos días que lo bueno del TEMA es que le quita oxígeno a otros temillas de menor calado que, de forma recurrente, copan la información de estos días, como Halloween y la americanización de nuestras costumbres. Que a buenas horas.
Pero lo realmente malo del TEMA es justo lo mismo: desde la vuelta de verano, el monotema hace que no hablemos de cuestiones básicas y vitales como el paro, la corrupción, la merma de capacidad adquisitiva de una mayoría de ciudadanos, los salarios a la baja que nunca tocan fondo…
Eso es lo más indignante de las izquierdas: que en vez de estar a lo que se supone que deberían estar, andan enredadas y enredando con las esteladas, la legitimidad del referéndum, el derecho a decidir y otras cuestiones supremacistas que nos separan y dividen; ahondando y profundizando en la quiebra de nuestra sociedad.
Lo auténticamente imperdonable del llamado desafío independentista es haber conseguido que, por culpa de sus delirios nacionalistas, las cuestiones que de verdad nos unen a los ciudadanos, las que deberían preocuparnos, hayan desparecido del debate y del foco de atención mediático.
Ya no se habla de la precariedad laboral, de la violencia contra las mujeres, del terrorismo islamista, del Brexit, de los inmigrantes que siguen jugándosela en patera… Ya solo se habla de ello. De ellos. De sus cosas. De sus cuitas. De sus exigencias. Para ellos, todo; para el resto de ciudadanos, nada.
Odio el nacionalismo. Todos los nacionalismos. Me asquean. Y la mascarada que estamos viviendo estas semanas no hace sino reafirmarme en un europeísmo universalista cada vez más olvidado, por desgracia.
Jesús Lens