Dejamos la columna del viernes, publicada en IDEAL.
Lo paradójico del asunto es que siempre criticamos a nuestros jóvenes, estudiantes y universitarios por estar en permanente desmovilización, amparándose en un término, “(des)motivación” que está pidiendo a voces una tesis doctoral o, como mínimo, un libro de José Antonio Marina.
Con base en la (falta de) motivación, buena parte de nuestros veinteañeros llevan encima el sambenito del pasotismo, la falta de compromiso, el síndrome de Peter Pan, la abulia del vivir, la dejadez y un montón más de epítetos que podrían terminar resumiéndose en uno sólo: miedo o desprecio por la asunción de cualquier tipo de responsabilidad a cambio de vivir un permanente hedonismo egoísta de consumismo sin fin.
Hay ocasiones, sin embargo, en que esos abúlicos jóvenes salen de su habitual mutismo y se manifiestan, armando jarana y jaleo, dejándose ver, oír y sentir. Lo llamativo es que no lo hacen por el lamentable estado del nivel educativo, la falta de dotación de los centros universitarios, la precariedad del mercado laboral al que están abocados cuando terminen sus carreras o el precio de la vivienda de este país. Tampoco montan el pollo por cuestiones como la deuda externa de los países más pobres mundo, la aberración de Guantánamo o la presencia creciente de las religiones en la vida política de todos los países del mundo.
Es sintomático. Las razones que llevan a parte del futuro de la intelligentsia de este país, a quiénes están llamados a regir nuestros destinos desde el gobierno de la nación, a quiénes se sentarán en los consejos de administración de las empresas, a quiénes nos juzgarán, defenderán, sanarán y proveerán de casas, carreteras, caminos y puentes; lo que moviliza a nuestros cachorros es, ni más ni menos, el que unas personas que no piensan como ellos vayan a dar una charla o una conferencia a su Facultad.
Estos días han sido Rosa Díez, Dolors Nadal o María San Gil. En otras ocasiones les ha tocado a Ibarretxe o a Carrillo. Tanto montan, montan tanto, los antisistema de un lado como los del otro. A fin de cuentas, el mismo perro con distinto collar, jauría vociferante de sujetos que parecen tener una innata capacidad para no escuchar, para no razonar, para no pensar. Qué pena, ver a esos individuos intentando silenciar las voces disidentes a su pensamiento único. ¿Por qué actúan así? ¿De qué tienen miedo? ¿Piensan que las palabras les van a herir? ¿No tienen otra capacidad de respuesta, más allá de intentar silenciar a quiénes no piensan como ellos?
Tan triste como cierto. Y, sin embargo, para una vez que parte de nuestros acomodados estudiantes salen de su habitual dejadez y pasotismo, aquí estamos los viejos carcas, igualmente acomodados en nuestra burbuja de bienestar, criticándoles y censurando su actitud, metiéndonos con su actuación, afeándoles su conducta. Cruel paradoja, como decíamos al principio. Porque columnas como ésta hacen que a uno le salga, de golpe, otro puñado de canas en la sien izquierda.
Jesús Lens Espinosa de los Monteros.
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