Reconozco que fui un auténtico mala follá, pero hace una semana que oculté en Facebook que ayer era mi cumpleaños. ¿El resultado? Que recibí contadísimas felicitaciones. Tan pocas que, obviando las de un grupo de WhatsApp en que se filtró la información, podría contarlas con los dedos de las dos manos. Y de los pies. Que no quiero exagerar.
Pero lo importante del tema, la enseñanza que he extraído de este doméstico experimento, es que, con el paso del tiempo, cada vez le vamos dando más información relevante a las Redes Sociales y a la tecnología, confiando en ellas para que nos avisen, nos alerten y nos tengan al tanto de aspectos más o menos relevantes de la gente que nos rodea y a la que supuestamente apreciamos. Y de ello hablo en mi columna de IDEAL de hoy.
Por ejemplo, hoy resulta más fácil recordar el antiguo número de teléfono de la casa de nuestros padres, al que tanto llamamos de jóvenes, que el actual móvil de cualquiera de nuestros familiares más cercanos, de forma que, cuando nos quedamos sin batería, estamos literalmente incomunicados.
Quiere la casualidad que acabe de ver “Facebookistán”, un documental que nos alerta sobre los peligros de la famosa red social. No aporta nada que no sepamos: censura de material sexualmente explícito, cantidades ingentes de información almacenada, análisis y procesamiento de la misma con fines comerciales…
La semana pasada les insistía a los alumnos del Máster 360º de la ESCO: cada vez que te pones delante de una cámara de fotos o de un teléfono móvil, estás compartiendo tu imagen con millones de personas, potencialmente hablando. Y estás perdiendo cualquier control sobre la misma. Y no digamos ya lo que pasa con cualquier cosa que tú mismo subas a la Red, independientemente de los filtros de privacidad que tengas aplicados.
Pero, precisamente esa dependencia que tenemos de Facebook, podemos usarla en nuestro provecho y beneficio: para mucha gente, lo que no está compartido en las redes sociales no existe. Y lo que aparece compartido, es ley. Y no oigan, no. No me sean tan ingenuos. Que si así fuera, ayer domingo yo no habría cumplido 46 palitroques.
Y todo ello sin olvidar otro importante detalle: nadie nos obliga a estar en Facebook, que el documental mencionado habla del acceso a la red social como si fuera uno de los derechos humanos. Y tampoco es eso.
Jesús Lens