Criticábamos hace unos días la falta de profesionalidad de un camarero que nos atendió tarde, mal y nunca. Y nos quedó mal sabor de boca porque, como dice Alfa, hay otros muchos profesionales de la hostelería que cumplen extraordinariamente bien con su exigente y generalmente mal remunerado trabajo.
El domingo a mediodía, sin ir más lejos, tuvimos ocasión de comprobarlo en la persona de Rosa, la simpática y diligente camarera de una Venta situada en mitad de la vega, entre Fuente Vaqueros y Valderrubio.
Habíamos estado corriendo en Loja, los amigos de Las Verdes, la carrera de turno del Circuito de Fondo de Diputación. (La reseña de la carrera la ha escrito, de forma inmejorable, nuestro querido amigo Corricolari.) Terminamos cerca de las 13 horas y, mientras algunos de los miembros del grupo se volvían a Granada a ducharse, cambiarse y recoger a sus parejas, los más tranquilos nos fuimos directamente a la Venta, donde habíamos reservado mesa para comer, en un acto de confraternización amistoso-deportiva.
– Habéis llegado pronto – nos dijo la rubia señora que, elegantemente ataviada con su chaquetilla negra, nos recibió a la entrada de la Venta. – Es que tenemos sed y vamos a tomar una cervecilla antes de la comida. – Pues sentaos en aquella mesa, que es la que os hemos reservado. Los servicios los tenéis girando a la izquierda. – Pues muchas gracias. ¿Nos puede ir trayendo usted unas Alhambra…? – Chicos, como vais a pasar aquí bastante rato ¿por qué no me llamáis de tú? Mi nombre es Rosa. – Estupendo Rosa. ¿Nos traes, por favor, unas Alhambra 1925 bien frías? – Si os parece, os pongo una de esas botellas especiales que han sacado, la de tres cuartos de litro, que las tenemos casi heladas.
Ése fue el comienzo de una hermosa relación, que se prolongó hasta bien entrada la tarde. Rosa, toda simpatía y buen hacer, nos recomendó las entradas, los platos fuertes y hasta el postre. Gracias a su buen hacer, además de las ensaladas y carnes que habríamos pedido de no contar con su concurso, encargamos migas, conchas finas y ensaladillas de pimientos. Además, y aunque teníamos previsto tomar el postre y el café en Santa Fe, nos comimos en la Venta unas extraordinarias leches fritas y una variada gama de cafés, carajillos y digestivos. Y, después, las copas.
Con simpatía y profesionalidad, un camarero consigue lo que se proponga de su cliente. Y éste pide y pide; y después paga tan contento. Porque cuando comemos en la calle, nos gusta sentirnos bien tratados, cómodos, alegres y a gusto. Es la manera de prolongar la estancia en el local y, por ende, de consumir más. Es la forma que te hace volver en sucesivas ocasiones.
Porque los colegas de Las Verdes somos amigos del correr, pero también del recuperar los líquidos perdidos, en forma de zumo de cebada. Y en botella verde. Nos gusta comer, beber y disfrutar de largos, regados y merecidos terceros tiempos. Y gracias a Rosa, esa Venta que queda a mitad de camino entre la Fuente y Valderrubio ya se ha convertido en lugar de referencia y regreso obligado para nosotros.
¡Un brindis a su salud!
Jesús Lens Espinosa de los Monteros.
PD.- Sin olvidar, claro, la alta calidad de las carnes que nos comimos. ¡Qué choto! ¡Qué lomo! ¡Qué chuletones! ¡La que te perdisteis, Compae, Víctor, Mario & Co!
PD II.- ¿Qué lugares/locales recomendarías, por la simpatía y el buen hacer de las personas que los gestionan?
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