Ayer, que era el Día Mundial de la Filosofía, solo sabía que no sabía nada. Como cualquier otro día. Nada, excepto una cosa: que esta columna tenía que hablar de las librerías, que hoy es su día señalado.
La semana pasada trataba de dar con un lema que nos sirviera a Katha y a mí para diseñar una pieza alusiva al Día Internacional de las Librerías, pero no estaba yo muy imaginativo. Quería que tuviera que ver con ese Noir que tanto me gusta, pero sin sangre ni violencia, que ya tenemos preparada una pieza especial para celebrar el Black Friday ese.
En busca de inspiración, releí “Cosas raras que se oyen en las librerías”, un regalo de mi Cuate Pepe y encontré la frase que estaba buscando: “Cliente: ¿no os agobia estar todo el día rodeados del libros? A mí me daría pánico pensar que van a saltar de la estantería para matarme”.
¿No es maravillosamente inquietante? Pero, como les digo, no queríamos teñir de rojo la efeméride. Fue inevitable volver a pensar en la similitud fonética entre libro y libre y, como la gente negra y criminal que somos, decidimos centrar la pieza en la fuga de libros, convirtiéndonos en sus cómplices y animando a la peña a acudir, hoy, a su librería más cercana. Y a pagar el rescate exigido para sacar en libertad los ejemplares elegidos, por supuesto.
¿Para qué, más libros, con todos los que tienes sin leer?
Esa pregunta, recurrente, no se merece siquiera una respuesta, como todos los buenos aficionados sabemos. Esa pregunta solo se merece una mirada despectiva, enarcando una ceja, desde la superioridad moral que te otorga estar por encima de pensamientos tan reduccionistas. ¿Por qué, una cerveza más, con todas las que te has bebido? ¿Otro concierto más? ¿Otra carrera?
La pregunta adecuada, en un día como hoy, la plantea un niño:
“—Mami, ¿me compras este libro?
—Pregúntale a tu padre.
—¡Papá! Mami dice que si no me compras este libro no podrás acostarte con ella esta noche”.
Cosas extraordinariamente raras que se oyen en las librerías…
Jesús Lens