Había puesto la alarma del móvil a las 6.59 am, para escuchar las noticias. Y el pronóstico del tiempo, que era raro. El día iba a estar despejado, pero se produciría un fenómeno que el locutor describió como “Inversión térmica”: haría más frío en los valles que en las cumbres de las montañas.
La explicación técnica me la perdí, lo reconozco, pero dado que hoy habíamos quedado para subir a lo alto del Caballo, uno de los tresmiles más carismáticos de Sierra Nevada, el pronóstico parecía interesante, cuando menos.
– ¿Y no podíamos haber empezado por hacer un Trevenque o unos Alayos?
Era una pregunta retórica, lo reconozco, la que le hacía a mi hermano cuando bajábamos de vuelta al coche.
No. Claro que no. Después de cinco o seis años alejados de la alta montaña, incluso de la baja montaña, lo suyo era empezar, en Navidad, subiendo al Caballo, con los crampones y los piolets, a ver cómo se nos daba.
Y una ve coronada la cima, ¿por qué no bajamos a ver la laguna y el refugio? Ya puestos…
Y bajamos, claro que sí. Al principio, con paso titubeante. Luego ya, más confiados, aunque los crampones se nos escaparan de los pies, en algún momento.
La verdad es que hay poca nieve en la Sierra. Muy poca. Eso sí, la poca que hay, está dura y compacta. Helada.
En serio: hemos disfrutado de una jornada de montaña excepcional. Tras dejar los coches en el mirador que hay sobre el cortijo Echeverría, iniciamos una rápida ascensión que, desde la cumbre, nos permitía deleitarnos con el resto de picos de la Sierra y, al final, el mar. Y las costas de África.
Después, la bajada al refugio. Torpes. Muy torpes. Mi hermano y yo, que José Miguel, José Antonio y Antonio el Maquinón se tiraron hacia abajo con la confianza de Soraya en la tribuna de prensa de la Moncloa.
Otra vez subir, acercarnos al extremo del collado a ver la costa, quitarnos los crampones, volverlos a poner, guardarlos definitivamente… Y sí. Hacía frío. Pero, efectivamente, hacía más frío más abajo que en la propia cumbre, donde nos zampamos los megabocatas de Mamen bajo un sol de invierno cuyos efectos sobre el ánimo deberían estar prescritos por la Seguridad Social.
Y sí. Hubo algo de viento. Pero solo lo justo para disfrutar de su rumor sobre la hierba, rala, de la alta montaña.
Apenas nos cruzamos con alguna persona. Es difícil, estos días, escapar de la vorágine del fin de año, las compras y los compromisos. Nosotros, lo hicimos. Durante unas cuantas horas. Charla, risas, miedos, temores, ilusiones… José Antonio se va al Kilimanjaro en dos semanas. ¡Uf! Qué recuerdos.
La bajada, lenta. De siempre he preferido subir a bajar. Esas rodillas y esa torpeza manifiesta… Y, por fin, esas Alhambras Especiales antes de volver a casa y darse una ducha casi hirviendo, para entrar en calor y darle la patada a la inversión térmica.
Soñando con volver a la cama y al sueño de los que fui súbitamente arrancado hace un puñado de horas para revivir, durante un estupendo día, algo que formó parte de mi vida durante un buen puñado de años: las excursiones, Sierra Nevada, la montaña y las altas crestas nevadas.
Un revival alegre, acertado, inspirador y feliz.
¡Gracias, chavalotes, por haberlo hecho posible!
El desafío: no dejar pasar, de nuevo, otros cinco o siete años antes de repetirlo, claro.
Jesús serrano Lens
Seguro que los últimos tres 27 de diciembre hicimos cosas más tranquilas. ¿O no? 2008, 2009 y 2010.