Me pidieron colaboración para el Blog de la Concejalía de Cultura del Ayuntamiento de Almúñecar, sobre el Festival de Jazz en la Costa. El primer artículo que preparé fue éste. El segundo, por desgracia, no pudo ni siquiera ser escrito: el tiempo se congeló y fui arrollado por las circunstancias. Quizá más adelante.
Para los granadinos de la capital y alrededores, el Jazz en la Costa suele ir acompañado de un verbo, “bajar”, que tiene muchos significados añadidos al puramente geográfico.
El primero, por supuesto, es la música. Hablamos de un Festival de primer orden mundial, que reúne sobre su escenario a lo mejor y más granado del jazz internacional, músicos que, unos días antes o unos días después, pasan por Vitoria, Donosti, Getxo, San Javier y demás escenarios de reconocido prestigio.
Este año, que el Festival de Jazz en la Costa se abriera con el maridaje oficiado por Fernando Trueba y que mezclaba a Chano Domínguez con Niño Josele era un lujazo, por ejemplo. Un concierto preciosista, íntimo y delicado. Un milimétrico encaje de bolillos que el público recibió en actitud casi reverencial, manteniendo un cómplice y respetuoso silencio absoluto. La conjunción de guitarra y piano no es nada fácil: ambos son instrumentos líderes y, enfrentarlos uno contra uno supone un reto muy ambicioso del que ya salieron airosos Tomatito y Michel Camilo o Gonzalo Rubalcaba y Al di Meola, aunque éste no tocara la guitarra flamenca en su encuentro con el pianista cubano.
Chano y Niño tocaron juntos y por separado y, en ambos casos, su actuación estuvo llena de matices, guiños y de una complicidad maestro-alumno que, personalmente, me gustó. Hasta los gritos de las gaviotas en el cielo oscuro de la noche almuñequera parecían acompañar.
Pero bajar al Jazz en la Costa tiene más componentes, todos ellos luminosos y festivos, empezando por lo puramente gastronómico: ¡ese pescado frito y a la plancha de El Lute! Que no dudo que habrá otros sitios, pero El Lute es nuestro preferido. Aunque, a veces, cierra. Y entonces no tenemos empacho en ponernos moraos de papas a lo pobre, morcilla y huevos en un enclave puramente alpujarreño en el corazón de la costa, como es “La Cabaña”.
Y están los mojitos. Que no soy yo muy mojitero, pero que el Majuelo me despierta el apetito de ron con hierbabuena. Será el enclave. Será el sabor tropical. Será ese exquisito servicio de barra y de platea que hay este año. Será, será.
Y están los amigos. Pero de los amigos hablamos mañana, cuando nos refiramos al concierto de Enrico Rava. Porque bajar al Jazz en la Costa es más, mucho más que ir a escuchar conciertos.
Jesús Lens