Aquello olía a Scorsese por los cuatro costados. Al comienzo de una película en la que no tenía ningún interés previo, me refiero. Pero no. No era de Marty. La había dirigido Clint Eastwood y no le había prestado atención alguna en su momento. Ni después, que ‘Jersey Boys’ es de 2014 y no la he visto hasta el pasado sábado, con más de diez años de retraso.

Les confieso que la historia de unos músicos engominados que entonaban canciones así como ñoñas, vestidos con chaquetas rojas y plateadas, no me decía nada. Nunca había oído hablar de un grupo llamado The Four Seasons, por lo que la película tenía una pinta de biopic infumable que me tiraba muy para atrás.
La primera en la frente, que ‘Jersey Boys’ comienza en una barbería y, junto a unos ‘chicos listos’, ‘wise guys’, aquellos aspirantes a ‘Goodfellas’ de Martin Scorsese; en pantalla aparece un Christopher Walken sereno, tranquilo y, precisamente por eso, más inquietante y amenazador que nunca. Interpreta a Angelo ‘Gyp’ DeCarlo, capo de la familia Genovese, y avala la carrera musical de los chaveas. En cinco minutos, el maestro Eastwood había tirado al suelo mis absurdos prejuicios y, tras pisotearlos y bailar sobre ellos, los dejó hechos añicos.

Porque la película está muy bien, alternando los trapicheos de algunos de los personajes y su forma de ser, más que complicadita, con el ascenso de la banda. Por un lado, habla del proceso creativo, de la composición de letras y canciones y del show business. Por otro, de la amistad, la lealtad, las malas junteras y la traición. De la soledad en compañía, de las mieles del éxito y también de sus hieles.
No les voy a decir que ‘Jersey Boys’ sea perfecta, que dura dos horas y cuarto y me sobraron quince minutos largos, con algunos bajones de ritmo. Pero la conjunción entre la parte musical y la delincuencial está muy bien equilibrada. Y es que ya sabemos que hay carreras mundialmente famosas que han despegado precisamente por las conexiones entre el negocio y el crimen organizado.
Pero lo mejor llegó al final, cuando Eastwood nos cuenta el nacimiento de una canción que, para mí, es mítica. Y de cuyos orígenes no sabía una palabra. De hecho, ni sabía que se titulaba ‘Can’t Take My Eyes Off You’ ni nada sobre su autoría o circunstancias. Lo único que sabía es que suena en el comienzo de ‘El cazador’, la obra maestra incontestable de Michael Cimino sobre la guerra del Vietnam, cuando todos los amigos están juntos y son felices antes de la boda de uno de ellos. Beben cerveza y chupitos, juegan al billar y, cuando suena este auténtico temazo en la gramola, se desgañitan cantándola todos a una. Para mí, siempre fue la banda sonora de la amistad en su estado más puro y me emociono cada vez que veo esa secuencia.

Y lo que es mejor. O peor, no lo sé: siempre que jugaba al billar, trataba de imitar las poses de Christopher Walken en ‘El cazador’, su forma de moverse y de coger el taco. ¡Hasta sus mismas frases, decía!
Y es que, ha querido la casualidad que Christopher Walken, uno de mis secundarios favoritos de la historia del cine, estuviera en ambas películas, de mayor en una y casi de chavea en la otra. Un Walken al que podríamos dedicar una entrega especial de esta sección, sobre todo, por su conexión con Abel Ferrara, con quien hizo ‘El Rey de Nueva York’, ‘Teniente corrupto’ o esa joya que es ‘El funeral’.
Jesús Lens
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