Esa es la cuestión. Y mi duda existencial estos días. ¿Cuándo podemos juntarnos y cuándo está recomendado que nos quedemos cada uno nuestra casa y Dios en la de todos? Porque no lo tengo claro.
Las manifestaciones de ayer por ejemplo. Mientras que juntarse para celebrar un reivindicativo 8M entraba dentro de la agenda de lo admisible, que los de Vox se reunieran en Vistalegre fue saludado como una temeridad y una provocación al coronavirus.
¿Será que no es lo mismo juntarse a puerta cerrada —de ahí que se haya aplazado el congreso de Inteligencia Artificial que iba a celebrarse en Granada— que hacerlo al aire libre? No sé yo, entonces, porque está en jaque la celebración de las Fallas de Valencia o se ha aplazado la Maratón de Barcelona. O las amenazas a la Semana Santa, con bromas incluidas sobre la capacidad anticontagio de las vírgenes con más fama de milagreras.
Las grandes empresas de nuestro país se están olvidando de las convenciones de directivos, evitan los cursos de formación presenciales y cancelan cualquier macro reunión que suponga meter a más de quince o veinte personas en una misma sala.
El mayor foco de coronavirus detectado en nuestro país se produjo por culpa de un funeral celebrado en un tanatorio de Vitoria. Gente juntándose para despedir a un fallecido. Sin embargo, cines, teatros, autobuses y salas de conciertos funcionan con naturalidad. Y las barras de los bares a tope, todo el fin de semana.
Aún así, se ha pospuesto el estreno de varias películas, incluyendo la española ‘Operación Camarón’, joya de la corona de Telecinco y destinada al mercado doméstico. ¿En qué quedamos?
Del coronavirus apenas se sabe nada. Al menos, con rigor científico. Sí está demostrado, sin embargo, que su capacidad de contagio es brutal y su tasa de mortalidad en personas de 60 años o más es terrible. A pesar de ello, personas sin cualificación alguna en la materia no tienen empacho en sostener y escribir que no es más que una gripe. Que en realidad sólo mata a los viejos. ¡Y se quedan tan anchos!
Jesús Lens