Me ha costado trabajo decidirme a publicar estas notas en El Rincón Oscuro de IDEAL. Porque vincular la figura de Federico García Lorca con el género negro, en Granada, puede parecer uno de esos ejercicios de oportunismo de los que suelo abominar.
Pero, por otra parte, sería muy injusto no hablar en esta sección de un tebeo -o novela gráfica, como prefieran- tan extraordinariamente noir como “La araña del olvido”, del malagueño afincado en Granada Enrique Bonet.
Publicada por la impagable editorial Astiberri, a la que le debemos tantas y tantas joyas del noveno arte editadas en español, “La araña del olvido” habla de un personaje fascinante: Agustín Penón, muy conocido por todos los amantes de la figura de Lorca y cuya maleta se ha convertido en uno de esos iconos que forman parte de la historia de la cultura española del siglo XX.
Muy brevemente: hijo de españoles exiliados en Estados Unidos y fervoroso admirador de la poesía de Lorca, el joven y entusiasta Agustín Penón vino a Granada, en los años 50, para indagar en las circunstancias de la muerte del poeta. Ese es el punto de partida de “La araña del olvido”. Y, a partir de ahí, Enrique Bonet nos cuenta toda la investigación que Penón lleva a cabo en Granada y alrededores, tratando de descubrir la verdad.
¡La verdad, ahí es nada!
La lectura de la novela gráfica de Bonet ha de partir de un hecho cierto: el asesinato de Lorca y el lugar en que ¿reposan? sus restos siguen estando envueltos en una nebulosa que lo convierte en un enigma dentro de un acertijo sin solución. Al menos, por el momento.
Y precisamente por eso, “La araña del olvido” es tan importante. Porque pone el acento en la búsqueda. En la investigación. Y no tanto en los resultados. Primer punto que la convierte en una obra decididamente negra.
¿Y qué me dicen el protagonista? Que no es Lorca, sino Penón. Un joven ingenuo y bienintencionado que se mete a husmear donde nadie le ha llamado. Una especie de James Stewart o Cary Grant en una película de Hitchcock. Solo que su aventura, a Penón, le cambió la vida. Y ese es otro detalle que lo enmarca dentro del Noir. Es imposible enfrentarse a todo lo que se enfrenta el protagonista y no salir tocado. Muy tocado. El individuo, solo, frente a la sociedad. Una sociedad cerrada, oscura y ominosa que conspira contra él. Porque la Granada de los años 50 del pasado siglo no era precisamente fácil. ¡No lo es, todavía hoy, en pleno siglo XXI, así que… calculen hace cerca de ochenta años!
Una ciudad volcada sobre sí misma, encerrada y refractaria a cualquier aire exterior. Una ciudad enrarecida y encanallada, con los restos de la Guerra Civil aún candentes. Una ciudad envilecida por los odios cainitas, las venganzas y las ejecuciones. Y esa especie de Leviatán urbano con sus secretos, sus silencios y sus mentiras a cuestas, es parte fundamental del género policíaco.
Una Granada, por cierto, que Enrique Bonet ha retratado con un celo extraordinario. Esas imágenes de una Puerta Real que ya no existe. La casa de los Rosales en la que Lorca fue detenido y que hoy alberga un hotel y un bar encantador. La Huerta de San Vicente. Los edificios perdidos con el paso de los años. Esa fértil vega, el Darro y sus puentes. Los cafés, los cabarés, las pensiones… un extraordinario realismo preside cada una de las viñetas que conforman “La araña del olvido”.
Y están los alrededores de Granada. Que Penón se desplaza hasta Padul o Alfacar. Estremecen, sobre todo, las viñetas que transcurren en el barranco de Víznar. Y emocionan, también. Otras viñetas, sin embargo, asustan. Porque hay momentos en la narración de Bonet, sobre todo al principio y al final de esta obra monumental, en los que el Miedo y su alargada sombra parecen surgidos del expresionismo alemán que tanta importancia tuvo en el cine negro clásico norteamericano.
A modo de resumen, y por si alguien duda del carácter negro de “La araña del olvido”, transcribo el contenido de una de las viñetas centrales, onírica y espectral, que interroga al lector: ¿Quién? ¿Dónde? ¿Por qué?
Y lo peor es que esas preguntas, todavía hoy, siguen sin tener una respuesta clara.
Jesús Lens