El primer capítulo de “La Ciudad de la Memoria”, la monumental primera novela de Santiago Álvarez, arranca con una cita de “El sueño eterno”, una de las piezas fundacionales del noir: “Así que usted es detective. No sabía que existiesen realmente, excepto en los libros…”.
400 páginas después, el lector se habrá convencido de que sí. De que existen los detectives. Afortunadamente. Sobre todo, si todos fueran como Mejías, un tipo al que le coges cariño desde la primera página, cuando entrevista a Berta para un puesto de secretaria. Y le coges cariño porque Mejías es especial, diferente, raro, extraño y a contracorriente.
Tanto que, por momentos, piensas que le toma el pelo a la ingenua y voluntariosa Berta. Pero no. Es que es así: un desastre. Un total y absoluto desastre. Un detective mitómano que se ha construido un mundo de ficción a su medida. Un mundo de ficción que, sin embargo, puede llegar a ser más real que la propia realidad.
Porque la realidad de una ciudad como Valencia, la realidad protagonizada por la rancia familia Dugo-Escrich, conectada con el sector inmobiliario; puede ser muy, muy surrealista.
Desde la mera enunciación de su título, “La Ciudad de la Memoria”, el lector se adentra en un laberinto de referencias que harán las delicias de los aficionados al género negro, pero que en absoluto entorpecen la lectura a los neófitos. Al contrario, les invita a descubrir y profundizar en los referentes de un género al que Santiago Álvarez ha dado una nueva vuelta de tuerca, tiñéndolo de humor metafórico, pero sin caer en la parodia.
Personas desaparecidas, rastros y mercadillos, persecuciones en coche, secretos del pasado, célebres monumentos con sorpresa y más secretos. Muchos secretos. Porque hay familias y hay ciudades construidas en torno a secretos y mentiras. Y ahí están Mejías y Berta, como Don Quijote y Sancho, prestos a desvelarlos. Cueste lo que cueste. Duela a quién duela.
“La Ciudad de la Memoria” es una quijotesca historia en la que el Caballero de la Triste Figura cambia la armadura por una gabardina y su panzudo compañero de fatigas trueca su pollino por un Ford Fiesta del 95.
La fértil imaginación y la impresionante capacidad de fabulación de Santiago Álvarez nos conducirán por programas de telebasura, por un Bibliogym, por amoríos sin futuro y por trágicos divorcios del pasado. Conoceremos a personas con mala memoria y a otras absolutamente desmemoriadas. Personas que, sin embargo, tienen mucho que contar.
Porque la Memoria no tiene que atenerse, necesariamente, a la realidad.
Porque cada uno almacena los recuerdos que le dan la real de las ganas y, cuando es libre, organiza su vida en torno a ellos.
Porque la realidad, en realidad, no existe. Porque la vida es sueño y los sueños, verdades son.
Jesús Lens