Hoy, en IDEAL, uno de esos artículos que cíclicamente escribo sobre esa «nueva» religión. La Religión del Correr. Una religión misteriosa y silenciosa, pero que cada vez cuenta con más adeptos. Una religión que reconcilia cuerpo y espíritu y que solo trae cosas buenas.
A ver qué te parece.
Dedicado a los últimos en llegar
Me preguntaba mi amiga Alma si tenía sentido, al terminar de correr, escuchar la famosa canción “We are the Champions”. Y lo que ella no sabe es que fue, precisamente bajo esa premisa, que empecé a participar en el Gran Premio de Fondo de la Diputación de Granada, hace ya cuatro o cinco años, conchabado con mi amigo Álvaro, compañero de trabajo y baloncesto. “Cuando corres, no es como cuando echas unas canastas o juegas al tenis. Cuando corres, siempre ganas”. Si pudiera, imprimiría esa máxima alvarina en los sobres de azúcar de las cafeterías: cuando corres, siempre ganas.
Lo tengo muy hablado con mi hermano: correr es el deporte más democrático que hay. Es barato, en primer lugar, ya que en el mercado hay zapatillas y ropa técnica para todos los gustos, tendencias y bolsillos. En segundo lugar, es extremadamente sencillo: te calzas, te ajustas los cordones y… ¡voilá! No hace falta ningún tipo de infraestructura, aparataje, equipo, aprendizaje o coordinación. No hay que reservar pistas, no hay que contar con ni depender de nadie. Solo hay que salir de casa, dar un primer paso y comenzar a trotar.
Y después están las carreras populares. La gente que no suele correr, mira y comprueba el puesto en que quedaste clasificado… e ironiza sobre el particular. Los trotones habituales, sin embargo, se interesan por el tiempo que hiciste. Y ahí es donde radica la máxima democratización de este deporte. En el tiempo.
Por ejemplo, en la pasada carrera disputada en Loja, un precioso circuito rompepiernas que recorrió toda la localidad y sus alrededores, ¿quién tuvo más mérito? ¿José Manuel, que llegó el primero, invirtiendo en el recorrido menos de 42 minutos; o el último clasificado, que pasaría por la meta transcurrida una hora y media desde que el juez diera el pistoletazo de salida?
En principio, la lógica competitiva nos llevaría a pensar que el campeón es quien más se ha esforzado y, por tanto, el que más mérito tiene. ¡Por eso sube a lo alto del pódium y se marcha a casa, con una preciosa medalla prendida del cuello! Pero… ¿y ese farolillo rojo? ¿No tiene el mismo mérito, por ejemplo, Pilar Moleón, la abuela del pelotón que, contra viento y marea y a sus más de setenta años, termina todas las carreras del Circuito, incluyendo las Medias Maratones? ¡Y, a veces, no es la última en cruzar la línea de meta!
Si hace tiempo que no practica deporte, piense el lector en sus años mozos, cuando estaba en el colegio y en el instituto. Haga por recordar lo que suponía cumplimentar los cinco o diez kilómetros necesarios para aprobar la asignatura de Educación Física. Y es que, en una carrera popular, el mismo mérito tiene el que gana como quien llega el último. Porque, corriendo, uno compite única y exclusivamente consigo mismo. Y contra un enemigo, mortal: la pereza, la molicie, el abandono, la vaguería y la dejadez.
Por eso, querida Alma, la respuesta a la pregunta con que empezaba este artículo es que sí. Rotunda e inequívocamente sí. De hecho, cuando termines de correr, nunca preguntes por quién suena el “We are the Champions”; suena por ti.
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