LA (DES)MEMORIA Y EL OLVIDO

Según Borges, lo que le pasaba a Funes el Memorioso, protagonista de uno de sus más famosos cuentos, era que carecía de la capacidad de pensamiento. «Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer. En el abarrotado mundo de Funes no había sino detalles, casi inmediatos.» Porque padecía de hipermnesia y, por tanto, no podía olvidar los detalles de todo lo que le iba ocurriendo al cabo de los días.

 

Para quiénes hemos estudiado Derecho, la memoria era nuestra arma más importante y definitiva. Era la mejor herramienta con que contábamos, a la hora de empaparnos de Manuales de cientos de páginas y compendios de miles de folios de Apuntes.

 

Y ahora, de repente, me empieza a fallar la memoria. Estoy escribiendo, me acuerdo de una película y voy a escribir el nombre de los actores que la protagonizaron… y nada. Y, de verdad os lo digo, mi memoria cinematográfica solía ser prodigiosa. Como dice el refrán, «la memoria es como el mal amigo: cuando más falta te hace, te falla.»

 

Y mira que, en esto de la memoria, yo creía firmemente en Arthur Schopenhauer:

«Cada uno tiene el máximo de memoria para lo que le interesa y el mínimo para lo que no le interesa.» Y el cine, podéis creerme, me interesa sobremanera.

 

Pero ahora, será la edad, me falla. La memoria.

 

¿Será que cada vez me encuentro con menos cosas interesantes en mi vida o, más bien, (prefiero pensar) será culpa del Google?

 

Porque si bien no doy con el actor al momento, cuando intento ponerle nombre a la cara en que estoy pensando; tardo cinco segundos en hacer un Googling y resolver la duda.

 

Y entonces me acuerdo de la proverbial sabiduría china, siempre con un aforismo a mano para sostener cualquier teoría: «La tinta más pobre de color vale más que la mejor memoria», que sería parafraseado por el genial Albert Einstein cuando nos aconsejaba que «no guardes nunca en la cabeza aquello que te quepa en un bolsillo».

 

Efectivamente, pudiendo llevar un móvil con conexión al Google, ¿para qué necesitamos recordar el dato, la cifra, la fecha o el número de cualquier cosa? Hoy, más que nunca, la memoria es la inteligencia de los torpes, de los tontos  y los ignorantes. Lo importante no es conocer la solución del enigma, sino una buena conexión a Internet o, en todo caso, conocer el contacto de la persona que puede conocer dicha solución.   

 

Y, sin embargo, ¡cuánto nos cuesta olvidar lo que no queremos recordar! Decía Cicerón que el que sufre tiene memoria. O, más enfático, sostenía Cervantes: «¡Oh, memoria, enemiga mortal de mi descanso!»

 

¡Ay, con qué ganas echaría al olvido según qué momentos, según qué rostros, según qué situaciones! Y, sin embargo, ahí siguen, prístinos e inmaculados. Quizá por eso me gustan tantas cosas de los norteamericanos. Como decía Woody Allen, «En Estados Unidos no se acuerdan de la guerra con España de 1898. Lo más viejo allí tiene diez años.»

 

En fin. Que quizá sea hora de hacer un elogio del olvido, más que de una memoria, una virtud sobrevalorada y cada vez más carente de sentido… salvo que la apliquemos como nos recomendaba Lewis Carroll, que además de escritor, era matemático: «¡Qué pobre memoria es aquélla que sólo funciona hacia atrás!»

 

Jesús Lens, tendiendo al olvido.