Mi artículo de hoy en IDEAL. Que podría dar para una serie de varias temporadas. De momento, el piloto:
Ser cívicos, reconozcámoslo, no mola nada.
Definición de civismo: Comportamiento de la persona que cumple con sus deberes de ciudadano, respeta las leyes y contribuye así al funcionamiento correcto de la sociedad y al bienestar de los demás miembros de la comunidad.
¡Por favor! ¿Se les ocurre una definición con más rancios regüeldos o que apeste más a alcanfor, aburrimiento y viejunismo? Es leerla y sentir cómo se encanece el pelo, nos crece la papada y nos paraliza el reúma. Nadie que quiera parecer mínimamente moderno, joven, vanguardista o contemporáneo puede ir por el mundo defendiendo una definición como ésa. De hecho, para destacar en una sociedad como la nuestra, parece que hubiera que hacer exactamente lo contrario.
Hace unos años, cuando se implantó la célebre normativa que prohibía fumar en lugares públicos, empleamos millones de bytes para posicionarnos, a favor o en contra de la misma. Durante unas semanas pareció que la cultura de la resistencia –a dejar de fumar en bares, restaurantes y centros de trabajo- era algo muy in, cool, moderno y molón. Sin embargo, hoy nos resultaría incomprensible e inaceptable volver al despropósito de antaño.
¿Y si el ser cívicos tuviera un cierto sentido? Vayamos más allá, que se ganó una batalla, pero la guerra cívica continúa. Y ahora mismo tiene varios frentes abiertos, como el de la suciedad, la basura y la mierda, por ejemplo.
En las últimas semanas, IDEAL está trazando un exhaustivo e imprescindible mapa con las indignas pintadas que estropean el patrimonio histórico artístico de Granada o que hacen inservibles muchas señalizaciones de nuestras calles. ¡Bien! Pero la batalla contra la basura, larga y compleja, tiene más focos: los cauces de los ríos convertidos en vertederos, el paisaje tras la batalla después del Botellón, los parques llenos de zurullos de perros, los borrachos que se mean en las calles…
Siempre me he preguntado, cuando entro en un bar con el suelo repleto de servilletas arrugadas y demás desperdicios tirados junto a la barra o bajo las mesas, quién es el primer cliente en romper el fuego. Es decir, a primera hora, el suelo está limpio, ¿verdad? Y alguien tiene que ser el primero en limpiarse la boca y arrojar la servilleta al piso. Debe ser un tipo madrugador, que su ejemplo no tarda en ser imitado por otros muchos clientes, impacientes por aportar su granito de mierda. ¿Por qué lo hacen? ¿No les da asco? ¿No se les cae la cara de vergüenza?
Cuando aceptemos que un espacio público es de todos y que deberíamos cuidarlo igual o mejor que si fuera propio, empezaremos a ganar esta otra batalla cívica. Porque ser cívicos puede no molar nada, pero su contrario da asco. Y apesta.
Por desgracia, esta guerra tiene más batallas en curso, como la del ruido. O la de la zafiedad y el mal gusto. Y una más reciente y sorprendente: la de las bicicletas. ¡Pronto volveremos sobre ellas!
Jesús Lens