El director Arthur Penn dirigió en 1966 una película capital de la historia del cine, “La jauría humana”, protagonizada por Robert Redford y Marlon Brando, en la que se mostraba la profunda degradación de la sociedad estadounidense, un fin de ciclo que el mítico 1968 se encargó de certificar.
Dimite el recién nombrado Ministro de Cultura por sus problemas con el fisco y lo hace, según él, para evitar que una jauría destroce el proyecto de Pedro Sánchez. ¡Cuánto despecho, cuánta soberbia, en su despedida! Lo que me provoca una pregunta: ¿en qué tipo de realidad paralela viven personas como Màxim Huerta? ¿De verdad no se le ocurrió pensar que un contencioso con Hacienda, zanjado con una sanción de más de 200.000 euros, era un tema relevante? Porque no resulta creíble que Sánchez lo nombrara Ministro a sabiendas de sus “problemillas” con el erario público…
Y luego está lo de Lopetegui, Rubiales y Florentino Pérez, el impresentable presidente del Real Madrid, otro individuo que se cree con patente de corso, más allá del bien y del mal.
Me da igual qué motivó a Rubiales a tomar la fulgurante decisión de devolver a Lopetegui a España, compuesto y sin Mundial, pero su llegada a la Federación ya es síntoma de que los tiempos están cambiando y su denuncia de la contratación multimillonaria de un viaje a Rusia para el entorno federativo, realizada por el anterior presidente, buena prueba de que las cosas no van a seguir siendo como antes.
No sé si se podría haber gestionado de otra manera el contencioso con Lopetegui, pero el puñetazo que Rubiales ha dado encima de la mesa, tirando las Copas de Europa de Florentino y haciéndolas rodar por el suelo, me parece de una enorme valentía, por mucho que, para algunos, sea cuestión de ego.
Me gustaría que lo de Huerta, Lopetegui y Urdangarín sea una muestra del refuerzo de las instituciones públicas frente a los intereses personalistas de esa gente que se considera tocada por la varita de los dioses y al margen del respeto a la res pública.
No me cabe duda de que los palcos de los grandes equipos de fútbol seguirán siendo cotos privados de caza mayor y pesca de altura, pero actuaciones como la de Rubiales sirven, al menos, para congelarles el rictus en la cara a sus todopoderosos anfitriones.
Jesús Lens