– Luis, ¿me oyes?
– Sí. Dime.
– Nada, que te oigo muy flojo. Muy bajo. ¿Dónde estás?
– En el garaje.
– Vale, vale. Nada, perdona que te moleste. Era sólo para recordarte que recogieras los zapatos, que los llevé para que les cambiaran las tapas.
– ¿Los zapatos?
– Sí, hijo. Que pareces alelado. Los za-pa-tos. ¿No te acuerdas que quedaste en recogerlos?
– Ah sí. Vale.
– Oye, ¿se puede saber qué te pasa? Te hubiera puesto un SMS, pero voy en el coche con el manos libres…
– Vale. Vale. Sí. No te preocupes. Los recojo. Los zapatos.
– ¡Gracias! Luego nos vemos. Chau.
– Chau.
Entonces, Luis abrió las ventanillas del coche y paró el motor. Se bajó y, tambaleándose, se acercó a la parte de atrás del vehículo. Se agachó y sacó del tubo de escape el otro tubo, el de plástico, que había comprado en la ferretería un par de días antes.
Jesús Lens Espinosa de los Monteros.