Hace unas semanas, mi amigo Raúl me invitó a participar en un concurso literario muy peculiar: la Hermandad del Rocío de Alcalá la Real y el colectivo Entre Aldonzas y Alonsos nos invitaba a escribir sobre los Valores. Y este es mi relato, muy corto, que publico en la noche previa a la mañana del Gran Salto…
Tras una noche de espera, tan tensa como cargada de ilusión, hubo quién ya no pudo esperar más y se lanzó a saltarla, antes de que las primeras luces del amanecer desgarraran la oscuridad de la noche.
De pronto, pareció que se había desencadenado una batalla campal, todos pugnando por llegar a lo alto y pasar al otro lado.
Yo tuve suerte y fui uno de los primeros en hacerlo, sin sufrir apenas daños, más allá de algún corte y algunos tirones musculares por el esfuerzo de subir y saltar.
Nada más caer al suelo, una mujer me salió al encuentro. Bueno, yo pensé que era una mujer, pero era demasiado alta. Y su indumentaria era extraña. Muy extraña. Sobre todo, para una noche de calor como aquella.
Me quedé parado, sin saber qué hacer. Nos miramos fijamente.
– ¡Corre! – me dijo.
Se dio la vuelta y se fue.
Al día siguiente, la persona que nos dio agua y algo de comer, el cura le llamaban, nos explicó que, de las cerca de doscientas personas que habíamos saltado la valla, solo unos pocos habíamos conseguido eludir a la Guardia Civil. Pero que no sería mala idea ir a uno de los Centros de Melilla en que se atiende a quienes hemos de pelear y jugarnos la vida por entrar en Europa. Los “inmigrantes”, dijo que nos llamábamos.
El cura dice que nos darán ropa y comida y que nos atenderá un doctor. Pero, ¿qué pasará después?
Ojalá volviera a ver a aquella figura que, vestida de verde, me miró con tanta intensidad, antes de salir corriendo. Me gustaría saber qué me aconsejaría ella.
Jesús Lens