La realidad no existe. Es la impactante conclusión de un experimento de la Universidad británica de Heriot-Watt que muestra serias dudas sobre la existencia de lo que percibimos como real. Y es que la realidad, trasladada a la física cuántica, resulta bastante irreal.
La ciencia ha de ser objetiva y el método científico se basa en hechos, establecidos mediante mediciones repetidas y acordados universalmente, independientemente de quién los haya observado. Sin embargo, en la física cuántica, la objetividad de esas observaciones ha sido puesta en entredicho por los investigadores de Heriot-Watt.
He tenido que leer varias veces la información sobre el complejo experimento -basado en la observación de fotones entrelazados- para enterarme mínimamente de en qué consiste. Y a duras penas lo he conseguido. Pero lo relevante para una persona de letras dotada de una desbordante fantasía, son las conclusiones finales del experimento: en el universo cuántico no tiene por qué existir una realidad objetiva. Puede variar dependiendo del observador. Metafóricamente hablando: todo depende del color del cristal con el que se mire.
Y así, de golpe y porrazo, la física cuántica se emparenta con la política, abstruso campo en el que tampoco existe ninguna realidad objetiva, ninguna verdad inmutable, ningún sólido principio.
Estos días me estoy hartando de leer un recurrente argumento sobre la política cuántica que nos espera hasta final de mayo: los programas electorales, las promesas y las propuestas de los candidatos, se hacen con el fin último de ser sistemáticamente incumplidos.
Y no, no es que nos mientan. Es que la realidad cambia de acuerdo con el observador. Así, la realidad contemplada desde la oposición es completamente diferente a la que se percibe al ocupar un alto cargo. De ahí que, para acceder al puesto, no importe qué promesas haya que hacer: una vez alcanzado el objetivo, todo se ve de otra manera y se puede reinterpretar, modificar y, en último caso, olvidar.
La política cuántica también tiene mucho que ver con los sondeos electorales y las encuestas, telefónicas o a pie de urna. No hay más que mirar al CIS para comprobarlo. Aunque, en este caso, lo de cuántico tiene menos que ver con la física que con los cuentos, puros y duros.
Jesús Lens