Podría ser una de las palabras del año. Ayuda. Aunque mejor en plural. Ayudas. Es el mantra más repetido por los políticos, sean del signo que sean y ocupen el cargo que ocupen en cualquier administración. Ayudas. Se habla de ellas desde los ayuntamientos y diputaciones, desde las mancomunidades y pedanías, desde las autonomías y el gobierno central, desde Europa y el resto del mundo.
Las ayudas lo mismo se piden que se prometen. Las ayudas se exigen, se claman, se garantizan, se blindan y, dependiendo del colectivo al que supuestamente deberían beneficiar, hasta se critican y se ponen en cuestión.
No quiero ser prolijo, pero en lo que llevamos de año se han anunciado ayudas por Filomena y por el enjambre sísmico. Por las riadas, DANA y gotas frías. Por los incendios forestales. Por el volcán. Y por todo lo aparejado a la pandemia. Por las pérdidas económicas. Por la merma de ingresos. Por los ERTE. Por la subida de la luz. Por las tasas desmedidas. Por los impuestos cobrados por servicios no prestados. Por el ingreso mínimo vital. ¿Será por ayudas? Justas y merecidas.
La pregunta es: ¿llegan? Es una pregunta, ojo. Para la que no tengo clara la respuesta. Hablo con amigos y compañeros, autónomos y freelance zarandeados por la crisis económica resultante de la pandemia, y la mayoría me dice de no. Que nada de nada. Que ahí están, viéndolas venir. Pero que no vienen. Esperándolas. Como los personajes de Beckett. Las ayudas son el Godot 2021.
Lo decía ayer domingo Gerardo Cuerva, el presidente de los pequeños y medianos empresarios españoles, en la entrevista publicada por IDEAL. A la pregunta de si cree que hay demasiado anuncio y poca implementación responde: “Exacto. Llevamos 15 meses, 18 meses de anuncios de medidas que quedan en el cajón. Y eso a nosotros no nos vale”. Ni a nadie.
Deberíamos ser más exigentes con nuestros políticos. A cada anuncio de ayudas habría que exigirle un calendario claro de llegada, como a los aviones en los aeropuertos. Saber de dónde viene el dinero y cómo, cuándo y a quién se le va a dar. Y por qué. Después, sería igualmente imprescindible fiscalizar el estricto cumplimiento de las promesas. Más que nada para evitar que unas se solapen con las siguientes sin que sepamos si se complementan, se suman o, lo más probable, si se anulan entre sí.
Jesús Lens