Es la palabra del primer semestre del 2019. Cobarde. Y hablo con conocimiento de causa. ¿Por serlo? También. Pero, sobre todo, porque para escribir esta columna he hecho un profundo y sesudo estudio de campo con el que espero ganarme el respeto de Juanjo Cerero y el DataLab de IDEAL.
Empecé por googlear ‘derecha cobarde’ y, el algoritmo, además de devolverme casi cuatro millones y medio de referencias en medio segundo, me aconseja que busque ‘derechita cobarde’. Le hago caso y, con José María Aznar convertido en estrella, me encuentro múltiples acusaciones cruzadas, sobre todo entre Vox y PP.
En nuestro refranero apócrifo tenemos una frase recurrente que lo mismo se usa como ayuda motivacional que termina dando nombre a una rumba de Peret: nunca se ha escrito nada de un cobarde. Una frase más falsa que los discursos populistas de Trump, dado que la historia del arte y la literatura está repleta de historias protagonizados por cobardes de todo tipo y pelaje.
Será la edad, pero cada vez me siento más identificado con los cobardes. Con los prudentes. Con quienes se piensan las cosas un par de veces. Nuestras derechas, sin embargo, apuestan por el igualmente célebre ‘sujétame el cubata’, retándose sin cesar a través de la prensa y las redes sociales. Y con constantes apelaciones a los atributos masculinos por parte de sus corifeos, faltaría más.
Sigo googleando. ‘Ciudadanos cobardes’ nos devuelve citas de Rivera tildando con la coletilla de marras a los independentistas a la vez que sus colegas de derechas se la imputan a él. ‘Toro manso’ llegó a definirle Santiago Abascal, el macho man que no hizo la mili y se forjó al calor de los chiringuitos institucionales que tanto critica. Y es que a la ultraderecha le encantan los símiles taurinos, aunque al final todo sean metáforas y recursos dialécticos, como estamos comprobando en Granada.
Estoy cansado de baladronadas, fanfarronadas y bravatas baratas. Una ciudad, una región o un país no se gobiernan a base de pitones o testiculina. Rebajen el tono, por favor.
Jesús Lens