Mi artículo de hoy en IDEAL, en plan crítico-jocoso. A ver si te gusta:
Desde que las Redes Sociales se han impuesto como parte consustancial de nuestra existencia, hay un montón de palabras y expresiones de nuestro diccionario cuyo significado ha cambiado considerablemente. Y, en general, para peor.
Antes, el que tenía un amigo tenía un tesoro. Desde que Facebook nos hace creer en la ilusión de tener cientos, miles de amigos repartidos por todo el mundo, el concepto de amistad se ha visto notablemente devaluado. Así, sentencias como “eres más inútil (o más falso) que un amigo del Facebook” son grandes verdades que nunca debemos olvidar.
Antes, que te siguiera una persona era algo extraño, siniestro y peligroso. Salvo que fueras Marilyn, claro. Ahora, si no tienes a varias decenas de personas, empresas e instituciones siguiéndote en Twitter, no eres nadie. ¿Y las alarmas? Hasta hace poco, una alarma era síntoma de algo grave. Ahora, el maldito móvil no deja de enviarlas cada diez minutos. Alarmas, avisos, notificaciones, confirmaciones de recepción… ¡qué estrés!
Otro concepto que ya no es ni sombra de lo que era: el evento. Mientras que en España era un hecho imprevisto o, en todo caso, que podía acaecer, en determinados países sudamericanos sí se le concedía más importancia: el evento era un “suceso importante y programado, de índole social, académica, artística o deportiva”. Ahora, sin embargo, te despiertas por la mañana y el móvil (otra vez él) te avisa de que ese día tienes 17 eventos. Así, para empezar a andar.
Y es que las Redes Sociales, en su empeño en conseguir hacernos la vida más fácil, terminan banalizando buena parte de nuestras actividades cotidianas. Antes, acordarse del cumpleaños de alguien cercano tenía una cierta dosis de mérito y cada felicitación se recibía como un regalo en sí misma. Ahora, el agolpamiento de decenas y decenas de mensajes en tu Timeline provocan la misma emoción que una pegatina en un paquete envuelto en papel de regalo con la leyenda “Espero que te guste”. Y lo peor es que si no respondes a cada mensaje o, al menos, le das al Me Gusta, quedas como un asqueroso desagradecido.
Y, de esta forma hemos llegado a la madre de todas tropelías lingüísticas provocadas por las Redes: el Megustismo. Porque el Megustismo se ha convertido en toda una filosofía de vida que sirve para enmascarar nuestro pasotismo, abulia y falta de compromiso. Máxime ahora que, además del Me Gusta, el Facebook ha incorporado seis iconos a la batería de posibles reacciones a una publicación: Me Encanta, Me Divierte, Me Alegra, Me Asombra, Me Entristece y Me Enoja.
Que hay una crisis de refugiados: le damos al emoticón de la carita triste con una lágrima y nos sentimos mejor. Que leemos algo sobre violencia machista: pues nos enojamos y… ya estamos legitimados para volver a ver vídeos con gatitos haciendo monerías o, lo que es peor, con gente bailando, que bailar parece ser la actitud de moda para afrontar los retos que nos plantea la vida. Y así nos va, claro.
Jesús Lens