Ojo a estos dos párrafos: “El presidente ruso no es un estadista. Es el padrino de un régimen de mafiosos que tiene a su disposición armas nucleares. No son mafiosos corrientes. Son mafiosos rusos, lo que significa que se cuentan entre las personas más crueles y violentas del mundo”.
No hace mucho que llegué a Daniel Silva. Tarde, lo sé. Pero mejor que nunca. Y reconozco que mi primer contacto con él, a través de una novela cuya trama transcurría en el Vaticano, con un Papa como eje central de la historia, no me terminó de convencer. Demasiado aparatoso y ‘códigodavinciano’.
Eso sí. El protagonista, Gabriel Allon, me encantó. Hablamos de un gerifalte del Mossad, los servicios secretos israelíes, o por ser puristas, su Instituto de Inteligencia y Operaciones Especiales. Un espía de tomo y lomo que también es un prestigioso restaurador de obras de arte, lo que le sirve como estupenda fachada. O coartada. O pantalla. Un agente más o menos secreto que, cuando tiene que matar, mata. Sin escrúpulos morales o titubeos. No se anda con contemplaciones a la hora de liquidar a comandos terroristas de ISIS o Al Qaeda.
En ‘La Orden’ todo iba a una velocidad de vértigo, pero sin bajar de las alturas pontificias. Por eso me ha gustado ‘La violonchelista’, publicada por Harper Collins Ibérica, en la que sus protagonistas, sin ser parias de la tierra precisamente, transitan por territorios más prosaicos, menos elevados.
Todo comienza con el envenenamiento de un ciudadano ruso en Londres con el agente nervioso Novichok. ¿A que ya empiezan a hacerse una idea? Hace unos días, una periodista rusa crítica con el Kremlin murió en Kiev en lo que se llamó ‘un ataque de precisión’. Llueve sobre mojado. ¿Se acuerdan de otra periodista crítica con Putin, Anna Stepánovna Politkóvskaya, asesinada a tiros en Moscú en 2006? ¿Y del envenenamiento con polonio de Alexander Litvinenko o lo de Nalvany, que sobrevivió al Novichok y ahora está encarcelado? No se puede decir que Putin y sus secuaces dejaran mucho a la imaginación de los novelistas…
El envenenamiento del disidente ruso, cuyos periódicos eran bastante antiputin, se produce al entrar en contacto con unos papeles enviados por alguien misterioso, un informante que filtraba datos económicos y financieros de lo más sospechoso. Así las cosas, la trama de ‘La violonchelista’ tiene mucho que ver con el dinero. Con ese dinero sucio que se emplea en alentar los populismos en las democracias occidentales, tratando de socavar sus cimientos, cada vez menos sólidos. Un dinero que se mueve con mucha más libertad que las personas, dicho sea de paso. Aunque los protagonistas de las novelas de Silva tampoco es que tengan que hacer colas y pasar trámites aduaneros que digamos, que se mueven por el mundo entre aviones privados, coches de alta gama y trenes de altísima velocidad.
La novela, además, transcurre en los tiempos del Covid, durante las semanas de las elecciones norteamericanas que desembocaron en aquella rocambolesca noche de Reyes. ¿Se acuerdan? Y es que los conspiranoicos de QAnon y el Pizzagate, que respiran el mismo aire que los alentadores del Caso Bar España, tienen mucho ver con las tramas rusas.
Con estas mimbres, ¿por qué se titula ‘La violonchelista’? Porque una de las protagonistas más o menos involuntarias de la novela toca dicho instrumento de una forma vocacional, pero que podría ser profesional.
Si a usted le gustan las tramas novelescas conectadas con la actualidad geopolítica más candente, hágase con ‘La violonchelista’. Con sus toques hitchcockianos, no hay ahora mismo en el mercado una novela de espías de mayor actualidad, toda ella velocidad, ritmo y acción.
Jesús Lens