Sí. A mí también me gusta despertarme escuchando a los pajaritos. O me gustaba. Les confieso que sus diálogos matutinos cada vez me interesan menos.
Será porque echo de menos las conversaciones de los estudiantes de la academia de debajo de casa cuando salían a tomar un poquito de sol o echar un pitillo entre clases.
O la cháchara de los abuelillos que se sentaban en el banco de enfrente, cuando hacía buen tiempo, a hablar de sus cosas. No estoy tan desesperado, eso sí, como para añorar la cháchara de los mangurrinos que, de madrugada, okupaban el banco para escuchar reguetón y decir gilipolleces.
Me gusta el gorjeo de los pájaros. Su arrullo constante. Escucharles tan felices y contentos. O me gustaba. Ahora me gustaría volver a oír las órdenes de los entrenadores que enseñan a sus pupilos en el campo de fútbol de la Federación y los silbatos de los árbitros durante los partidos de fin de semana.
Añoro el jaleo de las actividades de la Feria de Muestra y, en sábados y domingos alternos, el bullicio del público que llenaba Los Cármenes para ver los partidos del Granada C.F.
Empiezo a sentir el pío pío de los pajaritos como la banda sonora de esta cuarentena. Sé que los pobres no tienen culpa de nada, amimalicos. Pero es que empiezo a echar de menos hasta la radial del taller de ahí al lado, cortando chapa y metal.
Jesús Lens