Dejamos la columna de IDEAL, sobre la crisis. Sí. La crisis.
Es la palabra del año. Crisis. Llevamos con la crisis en la boca desde hace meses. Sólo que lo de estas semanas ya trasciende lo crítico para entrar, directamente, en lo luctuoso. La cosa empezó con algunos grandes bancos del extranjero, muy sofisticados ellos, que dejaron de ganar el pastizal que ingresaban cuando las vacas, más que gordas, eran obscenamente obesas.
Después empezaron a perder. Y aquello ya nos sonaba raro. Porque, sabido es, la banca siempre gana. Pero es que, ahora, además de perder, quiebran. Se hunden. Desaparecen. Los grandes bancos. Los Lehman Brothers y alrededores.
Hace unos años, cuando la crisis de las empresas Punto.com, justificamos aquel despiporre de dinero con la añagaza de que, a fin de cuentas, nada de todo aquello era real. Sólo virtual. Sin embargo, el dinero, pensábamos, era cierto, contante y sonante.
Pero ha resultado que no. Que tampoco. Que el dinero no era real. Que los grandes estrategas de las finanzas hicieron magia, lo convirtieron en un producto de ficción y, a través de hipotecas sin valor, engordaron sus cuentas corrientes personales. Los directivos estrella de pelo engominado, los yuppies que Tom Wolfe nos contara en aquella teóricamente lejana “La hoguera de las vanidades”, resulta que han corrompido el mercado internacional de las finanzas y han provocado una epidemia sistémica que nos tiene a todos estrangulados.
Las Bolsas acumulan pérdidas históricas y el pánico se adueña de los mercados. La caída del Imperio Financiero Internacional, tal y como lo conocemos, parece un hecho factible y entonces… entonces todos los gurús del libre mercado y la libre competencia, los Neocons más radicales y hasta los derechistas más ultra que caben a la derecha de Bush, aplauden cuando el Presidente yanqui, como si de una película de indios y vaqueros se tratara, acude a salvar los restos humeantes de un Wall Steet incendiado desde dentro.
Yo ya soy mayor. Lo reconozco. Y me he ido haciendo naturalmente conservador. Por lo que aplaudo el plan de intervención de los mercados financieros internacionales orquestado por la Reserva Federal y los Bancos Centrales más poderosos del mundo. Pero también me da vergüenza. Y mucha. Porque la tan traída crisis, al final, se va a salvar con dinero público. Pocos análisis tan concluyentes e ilustrativos de la situación como el que hace El Roto en una de sus clarividentes viñetas, con una señora que, angustiada, se pregunta: “Si nada ganamos cuando se forraban, ¿por qué hemos de perder cuando se la pegan?”
Pues eso. Que la crisis provocada por la avaricia del sistema la va a acabar pagando la gente a la que el propio sistema siempre ha excluido y menospreciado. Y eso, si en este mundo quedara algo de conciencia social y ardor juvenil, habría hecho que millones de airadas personas se lanzaran a la calle, todos a una, para poner en jaque el orden establecido que privatiza los beneficios y socializa las pérdidas.
Jesús Lens Espinosa de los Monteros.
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