“Sesos de consejero delegado con espinas de rosa y clavos a la grasa de cerdo sobre lecho de cardos”.
No. No pongas esa cara. Porque si hubieras tenido ocasión de encontrar mesa en “Barbantesa”, algo harto difícil dado que la lista de espera de ese restaurante llegó a ser más larga que la de El Bulli en su momento, tú también hubieras probado ese plato.
Bueno, lo habrías probado si hubieras tenido la suerte de encontrar mesa exactamente el único día en que la afamada Teresa, dueña de “Barbantesa”, preparó uno de sus deslumbrantes, sorprendentes e inigualables Platos Efímeros, creaciones que no estaban en la carta habitual del restaurante y que se hacían una sola vez, derroche creativo y lujurioso que reportó a Teresa el Premio Nacional de Gastronomía de hace unos años.
Barbantesa y Teresa. ¡Cuánto se escribió de ambas, el restaurante y su dueña! ¡Cuánto se habló de ellas en las radios y las televisiones, antes de que su extraña desaparición dejase huérfano el local más de moda de la España de los últimos años!
Y, claro, ¡qué no se dijo cuando se supo la procedencia de la materia prima principal de aquellos Platos Efímeros, como las “Menudencias de joven artista con rebozado de galletas maría, acompañadas de palomitas de patatas fritas y salsa de refresco de naranja” o los “Brotes de azul ultramar con labios de fresa”! ¡Qué escándalo! ¡Qué espanto! ¡Qué horror!
¿Cómo pudo engañar a todo el mundo durante tanto tiempo? Y eso que Teresa, no se escondía. ¡Si hasta montó un estudio en su siniestro palacete, en el que grababa un programa de televisión semanal!
Teresa, Teté, como ella odiaba que la llamaran y cuya vanguardista leyenda gastronómica arrancó con la reivindicación de uno de los platos españoles por antonomasia. Como cuenta Mercedes Castro en “Mantis”, biografía no autorizada de Teresa Sinde Valverde inició su ascenso al firmamento de las Estrellas Michelín al “haber sabido hacer de las croquetas un arte, hasta encumbrarlas como el manjar más innovador. Ella solita ha logrado exportar hasta Tokio y Nueva York una de nuestras más típicas recetas, convirtiéndola en genial icono de la gastronomía actual”.
“Mantis”, por tanto, escarba en uno de los escándalos más sonados de la historia de la posmoderna gastronomía española, en la que la comida, las relaciones sociales y la desaparición de personas cercanas a Teresa saltaron hace unos años a los titulares de todos los periódicos. ¿Quién era realmente Teresa Sinde? ¿Por qué hizo lo que hizo? ¿Qué insania la condujo a actuar de aquella manera? ¿Qué secretos se escondían en su palacete madrileño, a orillas del Retiro? ¿Qué tuvo que ver con el robo de incunables de aquella exposición?
Mercedes Castro, cuyo debut literario con “Y punto” celebramos hace un par de años, vuelve a centrarse en un personaje femenino, fuerte, duro, misterioso y contradictorio en esta “Mantis” de adictiva lectura en la que se pone en jaque la pamema de esa nueva gastronomía de VISA y diseño en la que no importa lo que se come sino el poder contar que se ha comido. En “Barbantesa”, claro. Como en tantos otros restaurantes inaccesibles para la mayoría del gran público y cuyas “creaciones” ocupan cada vez más espacio en las páginas y suplementos culturales de los periódicos progresistas de este país. Incomprensiblemente.
“Mantis”. Una despiadada sátira sobre la posmodernidad española peor entendida en la que Mercedes Castro no deja títere con cabeza. Ni falta que hace. Porque, como diría el Tío la Vara, aquí hacen falta libros como éste, que contribuyen a luchar contra tanta tontería que nos invade.
Muy, muy recomendable.
Tras su lectura, el no ir a restaurantes pijos y gilipollas en los que te cobran un sorbo de aire a precio de oro, se convierte más en motivo de orgullo y satisfacción que no de dolor o frustración.
Jesús Lens Espinosa de los Monteros.