Poco a poco iré hablando de la Maratón de Sevilla de este domingo 22. Pero mi primer resumen es… «Yes. I am a Marathon Man.» Pero.
Primera maratón cumplimentada, en la buchaca… pero también es la última. Y esto enlaza con la entrada de hace unos días: Ardemos por correr, pero tememos quemarnos.
Sé que mis amigos de Las Verdes se van a enfadar, pero, y esto lo firmo donde haga falta… nunca más correré una Maratón.
Es decir, estoy contento y satisfecho, por supuesto. Pero no siento esa euforia o esa emoción que esperaba. A mí me hubiera gustado titular esta Entrada como «Disfrutar muriendo», en palabras de una amiga. Pero no. No disfruté. Es cierto. Crucé la línea de meta con la satisfacción de haber cumplido un sueño. Pero el sueño, por desgracia, fue pesadillesco durante demasiado tiempo.
3.46.05.
Tres horas, cuarenta y seis minutos y cinco segundos, aunque el tiempo oficial me dará algo más. Algo más de cinco minutos el kilómetro en un día perfecto, climatológica y físicamente para correr una Maratón.
Hasta el kilómetro 25, cuando los isquiotibiales y el femoral de la pierna izquierda empezaron a hacerse añicos. De repente, noté cómo empezaban a resquebrajarse, mientras el grupo de gente en que me había encastrado, corriendo cómodamente a 4.50 minutos el kilómetro, se alejaba irremediablemente.
Entre el 25 y el 33 pensé que no llegaba a meta. No quería parar. Ni me lo planteaba. Se lo debía a R. Y a mis amigos del baloncesto, a los que he dejado tirado varias semanas, por esto de la Maratón. ¿Con qué cara, volver y decir que no, que no fui capaz? Pero, honestamente, estaba convencido de que la pierna no aguantaría. Cada paso suponía sentir los aguijonazos de un enjambre de abejas cabreadas en la pierna.
Y, sin embargo, el cuerpo humano está hecho para sufrir. Al menos, si vienes a participar en una Maratón.
Mi obsesión, llegar al Km. 33, o sea, menos de diez para la meta. Me juramenté a mí mismo: si llegaba al 33, llegaría a meta.
Y así fue. Cada kilómetro me costaba la misma vida. Siempre pensaba que ya lo había pasado, sin verlo, cuando aparecía en lontananza, riéndose de mí, desafiándome, retándome a sobrepasarlo.
Y, aún así, no me paré. Yo quería correr una maratón, sin andar, sin detenerme… mientras fuera posible.
Me dio mucha alegría que me adelantara Javi. Un pinchazo le paró en seco en el 21. No sabía cómo iba. Y, aunque no pude hacer ni amago de seguirle, fui feliz viendo a mi amigo cabalgar hacia la meta. Del resto de Las Verdes… todos por delante.
Y sí. Llegué. Por fin. Después de correr los últimos kilómetros, casi arrastrándome, a siete minutos el kilómetro.
Y ahora pienso que Nunca Mais.
Estas son mis reflexiones, con hielo en la pierna, recién llegado a casa.
Lo siento. Es lo que hay.
Jesús Lens, roto.
PD.- Lean esta entrada, del lunes… «Donde dije digo… digo: ¡Maratón!»