En uno de los momentos más impresionantes del filme, el personaje que interpreta al escritor y guionista Peter Viertel, le grita a Huston/Eastwood que no entendía cómo podía matar a un elefante, ser majestuoso y uno de los más impresionantes de la naturaleza. Le parecía una atrocidad.
– No. No es una atrocidad- le respondía Huston. – Es un pecado. Es el único pecado que se puede pagar con dinero, sacando una licencia.
Desde hace ya varios años, la comisión de dicho pecado era ilegal. Aunque seguían matándose elefantes por parte de los furtivos, como ha pasado recientemente en el Congo.
Pero la noticia más escandalosa y repulsiva ha surgido en Sudáfrica. Basándose en argumentos conservacionistas y apelando a la superpoblación de elefantes, el gobierno sudafricano ha levantado la prohibición de cazarlos.
Por mucho que lo revistan de argumentos, como los de Japón y las ballenas, de lo que se trata es de volver a favorecer el auge del comercio de marfil, que en la China de vertiginosos crecimientos económicos, es muy demandado. Además, esta prohibición conllevará un efecto rebote en los demás países africanos, un crecimiento del furtivismo y un nuevo impulso al mercado negro de comercio de marfil.
Quienes hemos tenido la suerte de disfrutar de la visión de elefantes en libertad, en los parques de Tanzania, el Tarangire o el Serengeti, podemos dar fe de que sí. De que pegarle un tiro a un elefante es un pecado y una atrocidad. Y que hacerlo para comerciar con el marfil de sus colmillos es de una abyección, una miserabilidad y una crueldad impropias del ser humano supuestamente civilizado del siglo XXI.
Joder, qué asco.