Tengo que entonar un sincero y sentido mea culpa por la columna de ayer, dedicada a una docencia que cree en la originalidad, la innovación y el uso de nuevas metodologías a la hora de impartir clases.
Todo comenzó cuando tuiteé la columna, titulada “Profesores felizmente raros”, (leer AQUÍ) y @generoenaccion me afeó el no haber incluido a las mujeres en el texto, hablando de alumnos y profesores. Me gustó que, además del nickname, la que hablara fuera una persona con nombre y apellido: María Martín, seguidos de toda una declaración de principios: Formación feminista.
También reconozco que, al principio, me reboté un poco: “ya estamos con el reiterativo discurso de género”, pensé. Además, me incomodó una cierta acritud en otro de sus tuits: “Modelos diferentes, novedosos y exitosos en los que las mujeres permanecemos invisibilizadas bajo el manto del masculino supuestamente genérico. ¡Qué diferencia, qué novedad, qué éxito!”.
Mi primera reacción fue pasar del tema, no contestar y olvidar la cuestión. Entonces, volví a leer mi columna. Y María tenía razón: había abusado innecesariamente del uso de palabras como “profesores” y “alumnos”, de forma vaga y acomodaticia.
Cuando escribo, no me gusta utilizar la duplicidad femenino/masculino -profesoras y profesores- ni la cosificación que conlleva usar términos neutros como “profesorado”, que restan fuerza a los textos y los hacen planos. Sin embargo, lo cierto es que no hubiera estado de más comenzar por un “profesoras y profesores”. Máxime, porque son dos mujeres quiénes más me han marcado en mi trayectoria formativa e intelectual: mi madre, Maria Julia, profesora en el Sagrado Corazón; y Cecilia, profesora en el Colegio Cajagranada.
Una vez citados ambos géneros al principio del artículo -o de un discurso, en su caso- no hubiera resultado necesario insistir en la duplicidad: ya ha quedado clara la voluntad inclusiva. A partir de ahí, María me animaba a utilizar palabras como “docentes” o “profesionales”. Y puntualizaba: “a veces, no es la palabra, es la frase la que necesita una vuelta. Con quién maneja la lengua como tú, las opciones llegan con el uso”.
Y ahí es donde lo vi claro. ¡Touché! Al escribir, me esfuerzo en ser original, utilizar metáforas, manejar un lenguaje amplio, no caer en reiteraciones… me concentro en muchos aspectos, menos en utilizar un lenguaje no sexista que, desde hoy, trataré de interiorizar para hacerlo mío. ¡Gracias, María!
Jesús Lens