Nadar en el mar, en aguas abiertas, no tardará en ponerse tan de moda como los trails o carreras de montaña, ya lo verán. Y buena ‘culpa’ de que en Granada vaya a haber cada vez más voluntariosos nadadores marítimos la tendrán Dionisio Torre y Bart de Rooze, impulsores de la iniciativa Médula Swimming que, brazada a brazada, ya se han nadado toda la Costa Tropical de Granada y ahora andan, digo nada, a la conquista de la Costa del Sol malagueña.
Si correr en montaña es una experiencia completamente diferente a hacerlo en llano, sea en pista o en entornos urbanos; cambiar el cloro de la piscina por el salitre del mar le da a la natación un sabor especial, sin que haya que tragar necesariamente agua para percibirlo. Y disfrutarlo.
Hace un par de días me hice a las aguas, pero en vez de dirigirme al Cabo Sacratif, lo hice en dirección al Camping Don Cactus: soplaba Levante y la prudencia invita, siempre, a comenzar nadando contra corriente. Así, cuando te encuentras cansado, volver resulta mucho más fácil. Me metí en el rompeolas de un puntal y me encontré en mitad de aguas más agitadas que turbulentas, con las olas zarandeándome y rompiéndome en la cara. Cambié el crol por la braza, para ver y respirar mejor… ¡y no era capaz de avanzar un metro! Opté por no empeñarme, floté un par de minutos a merced de las olas para descansar y enfilé la vuelta disfrutando de la visión de los fondos marinos.
Si correr es un deporte democrático para el que solo hacen falta unas zapatillas, nadar no le va a la zaga: un bañador, unas gafas sencillitas y ya. Sin presiones, sin angustias, sin bullas. Nadar en el mar es conectar con nuestro yo primigenio. Es aislarte del mundo y sumergirte en tus propios pensamientos. Permite asomarse a ese mundo submarino al que solemos dar la espalda. Y reflexionar sobre qué estamos haciendo con nuestros mares y océanos.
Todavía es verano. Este fin de semana, con prudencia, naden en el mar siendo conscientes del privilegio que supone. Y luego, a disfrutar de un pescado fresco.
Jesús Lens