Si es usted uno de los -pocos- afortunados a quienes les ha tocado la lotería, esta columna no le concierne, estimado lector. De hecho, no sé qué hace usted leyéndola en vez de seguir por ahí, celebrándolo de forma desaforada.
Pero lo normal, insisto, es que usted sea un pobre desgraciado, como yo, que se habrá dado con un canto en los dientes si ha pillado una pedrea o un reintegro.
¿Desgraciado he dicho? ¡No! ¡Ni muchísimo menos! En realidad, somos de lo más afortunados. Y no por lo de la salud, créame… Para empezar, a esos tipos a los que usted ha visto dando saltos de alegría y brindando con cava, sonrientes y dichosos, se les acabó la tranquilidad en cuanto cesó el burbujeo del espumoso. “¿Dónde puse al Gordo? ¿Estará bien guardado? ¿Se me habrá caído de la cartera?” ¡Qué sufrimiento, comprobar cada cinco minutos que el billete premiado se encuentra en perfecto estado de revista, sin mácula o doblez que pudiera invalidarlo!
Además, esos pobres premiados sufren el acoso de mil y un amigos, conocidos y vecinos que les dan ideas y consejos sobre dónde depositar el maldito-bendito Décimo para que les reporte los máximos beneficios. ¿Qué hacer? ¿Llevarlo a la sucursal del banco de toda la vida o hacerle caso a ese primo que sabe de buena fuente que…? Y luego está la siempre espinosa cuestión fiscal. Que ya le vale, a la avariciosa Hacienda, llevarse un pico de esta ganancia, no tanto por el dinero, como por el feo detalle en sí.
¿Y qué me dicen de los problemas del día después, una vez pasada la resaca? El torrente de decisiones que hay que afrontar. ¿Quitar la hipoteca o comprar un coche? ¿Darse un capricho cigarrero o actuar como la proba hormiga, por lo que pueda pasar? ¿Será el momento de dar la vuelta al mundo, por fin, o mejor invertir en una segunda residencia en la Costa Tropical, antes de que vuelva a inflarse la burbuja inmobiliaria?
Aunque, bien pensado, ¿y si hubiera llegado la hora de sacar al emprendedor que llevamos dentro? Porque todos tenemos una o dos ideas fabulosa llamadas a convertirse en boyantes negocios de éxito asegurado… En fin. Que menos mal que no nos ha tocado, querido lector. Que eso de ser rico tiene que ser un sinvivir constante.
Jesús Lens