Recuerdo que España jugaba la primera fase del Mundial de Baloncesto en Granada. Era septiembre, hacía un calor de muerte y, justo el día en que descansaba La Roja, vino Juanma Moreno, recién elegido máximo responsable de los populares andaluces. El PP aprovechó aquella presentación en sociedad para reunirle con un grupo de gente de la cultura local. Al margen de que el encuentro resultó un poco caótico, me llamó la atención el gran número de personas convocadas de fuera de la órbita popular.
Contrasta con lo que pasó la pasada semana. En plena campaña, el PSOE de Granada organizó una tertulia con “creadores y agentes del sector de la cultura de Granada”. En realidad y a tenor de la información publicada, fue la excusa para enviar una larga nota de prensa con información unidireccional: el programa del partido en materia cultural.
Resultaba significativo, eso sí, que la mitad y alguno más de los contertulios que aparecían en la foto de la reunión fueran militantes y/o conocidos simpatizantes socialistas.
En serio: ¿no se cansan, no se hartan de verse y escucharse a sí mismos? El PSOE granadino, con honrosas excepciones, funciona al estilo de la tortuga de las legiones romanas: se juntan entre ellos y, prietas las filas, utilizan los codos a modo de escudo, de forma que nadie de fuera pueda traspasar su coraza.
Da igual dónde se les encuentre. Se comportan igual en un concierto de rock que en la copa de vino español posterior a cualquier acto institucional: arrejuntaos, parapetados entre sí y sin moverse del sitio donde hayan aposentado sus santos reales. ¿Para qué mezclarse con los otros, con los de fuera? Entre ellos se bastan y se sobran.
Contrasta, también, el triunfo de Pedro Sánchez con la inapelable derrota de una Susana Díaz que, desde hace años, no parece enterarse de lo que ocurre a su alrededor. Perdió la Secretaría General del PSOE, perdió la Presidencia de la Junta de Andalucía y su entorno todavía no tiene claro cómo pudo pasar. A ver si uno de los factores va a ser que, de tanto juntarse y verse en sus roalillos, le pierden el pulso a lo que realmente pasa en la calle.
Jesús Lens