Cuentan las leyendas que, en otros tiempos, el Viernes Santo era complicado de llevar, por las múltiples prohibiciones que imponía tan señalada fecha. Y que, para los niños, era uno de los días más mortalmente aburridos del año.
De todas las prohibiciones inherentes al Viernes Santo, la más conocida sigue siendo la de comer carne. Sin embargo, y haciendo de la necesidad virtud, los gastrónomos se las ingeniaron para preparar unas exquisitas recetas a base de potajes, pescado, dulces y hasta marisco; de forma que lo del ayuno se hizo mucho más llevadero.
El resto de prohibiciones también se suavizaron. De hecho, ya no es costumbre que todas las televisiones programen aquellas interminables películas históricas protagonizadas por sádicos romanos y voraces leones cuyo visionado podía considerarse como algo penitencial.
Y es que aburrirse ya no se estila: de todos los pecados, mortales y veniales, el del aburrimiento es uno de los peor considerados en las sociedades contemporáneas.
Más allá de esas interminables jornadas de diario, bien cargadas de obligaciones extralaborales y extraescolares; cuando llegan los fines de semana y los puentes, nos volvemos locos con eso que se ha dado en llamar “Actividades”, eufemismo que utilizamos para enmascarar programas más exigentes que un Maratón olímpico.
Que si casas rurales y actividades al aire libre. Que si visitas guiadas a no sé dónde. Que si cursos intensivos de no sé qué. Que si jornadas de no sé cuántos… Y, por supuesto, procesiones hasta la madrugada y madrugones para aprovechar bien el día.
Por eso, y siguiendo la estela de mis anteriores recomendaciones para disfrutar de una Semana Santa diferente y alternativa, mi sugerencia para hoy es… aburrirse.
Sí, sí. Aburrirnos. Si por aburrirnos entendemos el despertarnos, levantarnos y no tener que hacer nada. Que no es lo mismo que no tener nada que hacer. Es decir, hacer lo que nos venga en gana y nos pida el cuerpo en cada momento, más allá de las obligaciones de cada uno. Obligaciones obligatorias, ojo. No esas obligaciones que nos echamos innecesariamente a las espaldas para tratar de justificar nuestro paso por la tierra.
Y, oiga, que si no surge nada más interesante, no es mal plan ver la hierba crecer, mientras los peques se las ingenian para sobrellevar el tedio. Que la muerte por aburrimiento todavía no ha sido diagnosticada ni certificada.
Jesús Lens