BRONCA PELICURERA POR SAN VALENTÍN

Querida Sacai,

Hoy es San Valentín y, aunque uno está curado de espantos, las cosas que se llegan a hacer en una fecha tan ¿señalada? como la de hoy pueden llegar a ser espantosas. Aún así, no sé si es buena cosa que te eche la bronca en un día como hoy. Pero venga, que no se diga. Además, que es una autobronca también, la verdad.


El caso es que nuestro amigo Paco Montoro, en su estupendo Blog, ha puesto en marcha otra iniciativa estupenda: sacar en el margen derecho un listado con las últimas diez películas vistas, lo que da una idea de sus gustos, tendencias y aficiones fílmicas.

Como bien sabes, soy un vampiro chupóptero, así que decidí tomar prestada su idea y hacerla mía. No. No me llames plagiador. Porque la información es energía y ya se sabe que ésta, la energía, ni se crea ni se destruye. Sólo se transforma.


Así que me he puesto a tirar de películas hacia atrás… ¡y no veas el chasco!

Ayer nos obligamos a ver el primer Bourne. Vale.


Sigamos. En el cine hemos visto (y escrito y comentado)

“En el valle de Elah”
“Monstruoso”

“Los crímenes de Oxford”

y…

y…

y…

Nada más.

Querida Sacai, nuestra adicción a las series televisivas empieza a rayar en lo insano. El capullo de David Lynch nos tiene abducidos con su Twin Peaks. Vale. Pero es que antes fueron “Perdidos”. Y “24”. Y “Mujeres desesperadas”. Y luego serán las segundas temporadas de “Roma”, “Deadwood” y, por supuesto, “Los Soprano”.


Y, estando de acuerdo en que el mejor cine del siglo XXI, el talento, la creatividad y la imaginación de lo audiovisual están en estas series televisivas, no podemos dejar de lado el cine.

No. Hay que ver más cine. Clásico y moderno. En color y blanco y negro. No es un ruego o una petición. Como propósito para este Día de los Enamorados, propongo que volvamos a enamorarnos del cine, reiniciando un idilio que nunca podemos dejar que se enfríe.


¿De acuerdo?

Pues feliz San VaLenstín, pequeña, preciosa, díscola y ex-trenzada Sacai.

Que te QUIERO.

GEB: NACIDO PARA CORRER

Hace unos días planteábamos un reto compartido, entre lo deportivo y lo literario. Las relaciones entra el deporte, la vida corriente y el mundo de la estrategia empresarial han hecho su debut en Diario de un corredor, el Blog hermano con el que compartiremos esta iniciativa.

Y debutamos, nada menos que con el gran Haile Gebreselassie al que conocemos en las colinas de Etiopía y seguimos hasta Berlín, cuando batió el récord del mundo de Maratón: Geb, nacido para correr.

No se lo pierdan.

Un proyecto conjunto de Antonio Jesús Florens.

TRENZAS

Dedicado a Silvia, Pilar, Chusi, Pamela y Mariluz, extraordinarios compañeros de viaje.
Y a Ibrahim, Yaya, Mohammed y Mulay, los mejores guías.
Y al enigmático Prosper, claro.
Sacai quería hacerse las trenzas, pero le daba un poquito de miedo el pensar cómo quedarían. Se lo comentó a Ibrahim, nuestro hombre en Bamako, un guía para el que la palabra “No” no figura en los diccionarios; y después de comer en un restaurante senegalés de cuarta categoría, en un arrabal de la capital del Malí, nos plantamos en la peluquería, donde dos jovencitas daban buena cuenta de unos bocatas estilo shawarma.

Tras una buena discusión sobre el precio final del peinado más el pelo postizo a añadir, Sacai se quedó sentada en el sillón de la peluquería mientras Silvia, Mari Luz y un servidor se iban con Ibrahim y Mohammed al mercado, a buscar máscaras y demás elementos artesanales decorativos que, cuando llegas a casa, te cuestan un disgusto a la hora de elegir dónde ponerlos.

Pero ésa es otra historia. El caso es que dejamos a Sacai, cerca de las cuatro, en la pelu. Y quedamos en recogerla a eso de las ocho, que trenzar toda una cabeza no es moco de pavo.

Regresamos al local ya entrada la noche, pero nos habíamos adelantado un poco a la hora convenida. Mi Sacai tenía buena parte de la cabeza bien anudada. Tres mujeres se afanaban sobre su pelo, cogiendo pequeños mechones, añadiendo el postizo y retorciendo el resultado en larguísimos tirabuzones que terminaban descansando, elegantemente, sobre los hombros.

Y nos quedamos. La peluquería, que mediría diez o quince metros cuadrados, albergaba a cuatro chicas y un bebé. En cuanto Ibrahim se hizo cargo del infante y empezó a hacerle monerías, la cuarta chica se abalanzó sobre Sacai y se unió a la fiesta de la trenza. El caso era que las chicas, cuando veían a alguna amiga o conocida por la calle, le gritaban. Entraba y anudaba dos, tres o las trencitas que pudiera, antes de de seguir con sus quehaceres.

Sacai nos dijo cómo se habían pasado la tarde cascando, bailando, riendo, viendo telenovelas y escuchando música. Pero trabajando. Sin parar. Entonces apareció una voluminosa señora. Una señora que, ella sola, abarcaba un cuarto de la peluquería con su gran humanidad. Arrebató al mocoso de los brazos de Ibrahim y se puso a mecerlo con convencimiento. Era (debía ser) la abuela de la criatura.

Entonces, la chica más alta dejó el trabajo y se fue al fondo de la sala. Se puso un manto negro sobre su traje marrón y un pañuelo en la cabeza, estiró una manta y se puso a rezar, levantándose y tendiéndose discretamente, pero a la vista de todos y mientras la tele atronaba con los videoclips.

Llegó la hora de la merienda del churumbel, que todavía tomaba el pecho. Sin problema. Un rincón del sofá de eskai era suficiente. Entraron dos mujeres, saludaron, se rieron y se fueron. Seguían las voces y el cachondeo. Y el trabajo. Y volvió a ser hora de rezar para la chica alta. Y, para calentar agua, una de las peluqueras se salió a la calle y encendió un hornillo.

Al haber entrado hombres en la pelu, las mujeres ya se habían quedado más serias, más compuestas, más en su papel. Como dice mi amigo peluquero del Zaidín, es difícil que triunfen las peluquerías unisex. A ellas les gusta la intimidad de la compañía femenina, pudiendo hablar de sus cosas, libremente, sin que la presencia de clientes hombres haga que se corten, sin tener necesidad de mantener una compostura formal y gestual que el ejercicio de la peluquería no contribuye a fomentar, precisamente.

Así, no es de extrañar que el Bagdad de los peores momentos de la Guerra de Irak, las peluquerías fueran objetivo primordial de los integristas. Las peluquerías son reductos de libertad para unas personas que gustan de hablar, reír, comentar y discutir en unos locales que fomentan la relación social y comunitaria de las personas.

Para Sacai, trenzas aparte, la velada en la peluquería de Bamako fue una muestra del natural amable, cariñoso y gentil de unos malienses que son, sin duda, los mejores embajadores y relaciones públicas de un país que, como tantas veces hemos dicho, tiene una magia especial.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.