MEDIO SOL AMARILLO

En el autobús para Madrid o, después, en la T4, mientras esperábamos el avión que nos llevaría a Casablanca y al Malí; algunas personas miraban con cierta curiosidad el libro que estaba leyendo, no en vano, las más de quinientas páginas que conforman “Medio sol amarillo”, resultan ser un tochaco de cuidado. Además, el color lógicamente amarillo de la edición de Mondadori, hace que el libro resulte aún más vistoso y llamativo.

Cuando viajo, me gusta fijarme en los libros de que la gente se acompaña para amenizar su periplo. En la época gloriosa de Dan Brown, era terrible. El tío lo monopolizaba absolutamente todo. En este arranque de 2008 había más variedad. Se veía mucho “La bodega” de Noah Gordon, por ejemplo. Y el odioso y colérico día de Pérez Reverte. Pero no me encontré a nadie que leyera, por su puesto, este extraordinario libro de Chimamanda Ngozi Adichie, ahí es nada.

Igual que en la cuestión cinematográfica es fácil encontrar contertulios que ven las mismas películas que uno, con los libros es más difícil ponernos de acuerdo, apenas nos salimos del Top Ten de ventas, que son setenta mil, o casi, los títulos que se editan en castellano… cada año. Es jodida la cosa. Imaginemos que somos Super Reader Man y nos cepillamos un libro al día. 365. Este año, 366. Pongamos que dejamos de dormir. Dos al día. 720. Este año, 722. Además, dejamos de comer y de hablar con los amigos… pongamos 1.000 libros al año. No llegamos ¿verdad? Es que ni nos acercamos…
Así las cosas, ¿cómo decidir qué libro leer? ¿Cómo optar, en una librería, por llevarnos la última novela de la tal Chimamanda ésa? ¿Por qué? ¿Para qué?

En primer lugar, porque la prosa de esta jovencísima escritora africana es cálida, rica y feraz. Ya lo anunció el sueco Henning Mankell el pasado año en Barcelona: el silencio de la noche africana se ve roto con el teclear de miles de dedos que, volcados sobre las máquinas de escribir y los ordenadores, están contando las historias que darán lugar a una explosión de creatividad en un futuro muy cercano. Un nuevo realismo mágico africano que ya empieza a llegarnos.

Efectivamente, “Medio sol amarillo” es una novela río que cuenta los avatares de varios personajes en los complicadísimos años setenta nigerianos. Personajes que se relacionan a través de vínculos familiares, que se aman, se pelean, se esquivan, se encuentran y se separan. Y todo ello en un contexto social, político y económico singular.
A las personas de mi quita, sus padres, a buen seguro, alguna vez les harían referencia a los niños de Biafra. ¿Verdad o mentira? Biafra. Sinónimo de hambre, miseria y muerte. ¿Qué fue Biafra? ¿Quiénes fueron los niños biafreños? Pues precisamente de eso va “Medio sol amarillo”: del despertar de África, de las ilusiones de sus clases medias ilustradas y de su pesadillesco final. De las guerras de religión. De las guerras interétnicas. De la colonización y la descolonización. De la corrupción de sus dirigentes. De los Hausa y los Igbo…

Y de cómo, todas las grandes decisiones políticas, afectan a las personas. Porque la grandeza de esta novela es que los muchos personajes principales y secundarios que la protagonizan están excepcionalmente bien trazados. Su lenguaje, su forma de comportarse, sus grandezas y sus miserias los hacen humanos. Tremendamente humanos.

A través de una prosa cadenciosa y fluida, acompañamos a todos ellos a través de pueblos, ciudades y aldeas. Unos son ricos. Otros, pobres. Unos son civiles. Otros militares. Unos son negros, otro (sólo uno) es blanco. Y la dialéctica entre ellos, sus anhelos, sus esperanzas, el choque con la realidad… todo ello termina de construir un tapiz, un fresco excepcional sobre una decena de años en la historia de un país que, leído desde la España del siglo XXI, puede parecer anacrónico y lejano. Pero no lo es. Porque, como escribió el Jefe Indio Noah Sealth, todos somos hijos de la tierra.
Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

GASOL SE VA A LOS LAKERS

Estaba tomando unas cañas con Sacai y Jorge, en un japonés, cuando un mensaje de Álvaro nos ha revolucionado. Gasol, a los Lakers.

Llevo días diciendo que Gasol debería cambiar de aires y marcharse a una franquicia ganadora. Y, de repente, ficha por los míticos Lakers, el equipo soñado por todos cuando éramos niños.

¿Hace bien Gasol en irse a los Lakers?


Tenemos una encuesta de urgencia sobre el tema…

¿Cómo repercutirá en Navarro? ¿Qué jugadores recalan en Memphis?

Fdo.- Patón preguntón.

UN CAOS DE COLOR NARANJA

Nuestra Columna de hoy viernes, del periódico Ideal, un tanto caótica…

Sostenía el Dale Cooper, agente especial del FBI, que le gustaba mucho el pueblo de Twin Peaks por ser una de esas poblaciones en que un semáforo en ámbar todavía hacía que los coches frenaran, en vez de acelerar como locos.

Estoy volviendo a ver una serie mítica que, en realidad, no tiene tanto tiempo. “Twin peaks” nos trae ecos de unos años noventa algo confusos y tormentosos, pero en los que todavía no había teléfonos móviles, los furtivos encuentros sexuales clandestinos se organizaban a través de apartados de correos y, para encontrar a un rehén en una casa, había que estudiar planos impresos en papel. Hace quince años, no había GPS ni PDA con conexiones vía satélite. Hace quince años, el color naranja de un semáforo sólo significaba una cosa: que éste se iba a poner en rojo.

Ahora, todo es un caos. Los semáforos, por ejemplo. Es curioso que, cuando uno entra en un pueblo o ciudad por carretera, en vez de encontrarse un cartel de “Bienvenido”, se da de bruces con un semáforo en que dos luces naranjas, intermitentes, forman una especie de X luminosa, a modo de advertencia. “¡Peligro!”, parecen indicar.

Después, a lo largo de las avenidas de entrada a las ciudades, no deja de haber semáforos que proyectan la amenazante e intermitente luz naranja. Peligro, Ojo. Cuidado. Atención. Vale. Hasta aquí, perfecto. La seguridad vial, así parece aconsejarlo.

Pero ¿qué me dicen del follón que ocasionan esos semáforos que, estando en naranja para los automóviles, pueden estar indistintamente en rojo o en verde para los viandantes? Hace unos días, casi me atropella una furgoneta. Quedando siete segundos de semáforo peatonal en verde, aceleré el paso y, cuando estaba en pleno cruce, una furgoneta blanca inició su marcha. Se la veía ansiosa, nerviosa por arrancar, como si ya no pudiera esperar más. Frenazo, cara de circunstancias del conductor… y pitidos por atrás, que se estaba haciendo tarde.

En buena parte de los semáforos urbanos, los conductores se encuentran con un naranja intermitente que, en realidad, no les dice nada. Los hay antes de las rotondas, en los pasos de peatones, antes de los subterráneos… hay tanto naranja luminoso en nuestras vidas que, en la práctica, ya nadie sabe qué significa. Así, cuando toca cruzar una calle, da igual que los semáforos estén en verde: hay que andarse con mucho cuidado, mucha vista y, sobre todo, mucha velocidad en el paso.


Es el signo de los tiempos. A más señales, cuántos más semáforos, badenes, pivotes y pasos elevados hay; más difícil resulta a un transeúnte cruzar una calle. Aunque sea un contrasentido, a medida que nos vamos civilizando, legislando, regulando, articulando y decretando; entramos en una vorágine caótica, absurda y sinsentido en que nadie sabe dónde se encuentra ni qué papel le toca jugar en esta paradójicamente incomprensible partida en que hemos convertido la acelerada vida moderna que nos ha tocado en suerte vivir.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.