Un genio viene a Granada

El viernes, actúe como si fuera un día normal y no estuviera en Granada uno de los genios del cómic mundial, un talento revolucionario. 

Tenga o no tenga puente, usted como si nada. Si tiene que currar, levántese a la hora de siempre, tome su café y diríjase a su puesto de trabajo sin mesarse los cabellos ni suspirar hondamente por no poder ir a escuchar a Chris Ware. 

Si tiene puente, no vaya usted a estresarse porque el de Nebraska tenga cita con Sergio García, otro genio del dibujo, en La Madraza a las 12 horas, invitado a España por el Museo Reina Sofía y a Granada por el Centro José Guerrero, que cada vez más y mejores cosas.

No debemos ponernos nerviosos por el hecho de que Ware pase por nuestra ciudad. A fin de cuentas, ¿qué más da que sea el equivalente a Miles Davis, que cambió dos veces la historia de la música, o a Picasso, que hizo lo propio con la pintura?

La última vez que leí a Ware fue durante el confinamiento. Sus libros no son fáciles, en ningún sentido de la palabra. Son complicados hasta de colocar en las estanterías. Para su lectura, no paraba de cambiar de posición, de acercarme el libro al ojo, de alejarlo, girarlo, subirlo y bajarlo. ¡Qué trabajito me dio ese ‘Rusty Brown’ publicado por Reservoir Books! Pero qué placer fue leerlo. Y ahora, recordarlo. 

Como estoy unos días fuera, no puedo echarle mano, pero el jueves espero tener tiempo para darle una vuelta. Otra vez. Chris Ware funde el texto y el dibujo en un todo que unas veces puede parecer simple como el mecanismo de un chupete y, al pasar la página, complicado como tratar de secuenciar el ADN usando la batidora de la cocina.

La obsesión de Ware es atrapar el tiempo y para eso utiliza todos los recursos narrativos y artísticos que tiene a su alcance, haciendo que unas veces nos devore y pase volando y, otras, se arrastre miserablemente por el suelo. 

No sé qué contará Ware en su conversación con Sergio García, dos habituales, también, de las portadas del The New Yorker. Pero sí tengo claro que el 13 de octubre pasará a la intrahistoria del cómic en Granada. Contíconeso, usted, tranquilo. Calmado. No vaya a irse con tiempo a La Madraza, no sea que la cosa no sea para tanto y no vaya ni el Tato. 

Jesús Lens

Carlos Hernández, Orwell, Dalí y Lorca

Tengo enmarcada, en casa, la serigrafía de Carlos Hernández que colgó de las paredes de la Corrala de Santiago con motivo de una exposición benéfica en favor de las Comendadoras de Santiago, las últimas monjas del Realejo. Es todo un viaje en el tiempo que me parece una auténtica virguería, una pieza de maestro maravillosamente ejecutada.

Sirva esa introducción para la siguiente declaración de principios: quiero mucho a Carlos, un tipo noble y generoso, entregado y buena gente. Muy buena gente. Pero les prometo que todo lo que escribo aquí es objetivo (más o menos) y que he dejado al margen mi cariño personal por uno de los grandes artistas granadinos contemporáneos. 

Carlos Hernández acaba de publicar en Norma Editorial un cómic fascinante: ‘La lista de Orwell’, en el que ha trabajado con denuedo varios años. Lo sé bien porque, en tiempos de pandemia, hablamos mucho sobre el tema. En concreto, sobre el uso que se hace de ‘1984’ por los unos y los otros, tratando de arrimar el ascua a su sardina. 

Lo que más me ha gustado de ‘La lista de Orwell’ es que Carlos Hernández ha hecho un acercamiento muy original a una de las figuras más complejas y contradictorias del siglo XX. El MacGuffin usado por el autor para tirar del hilo orwelliano es la polémica lista de simpatizantes comunistas que, supuestamente, había confeccionado para entregarla a los servicios secretos británicos. 

Aquella información se publicó en 1996 y corrió como la pólvora. A (casi) nadie le gustan los delatores, acusicas y acusadores y el mazazo a la figura de Orwell fue demoledor. ¿Qué hay de verdad en todo ello y qué fue usado como ariete para tratar de derribar la mítica figura de quien se opuso a todo tipo de totalitarismos, con independencia de colores, siglas e ideologías? 

No seré yo quien se lo revele, claro. ¡Faltaría más! Si quiere usted saberlo, hágase con un ejemplar de ‘La lista de Orwell’ y descúbralo de la mano de un Carlos Hernández que tomó una decisión arriesgada a la hora de contar esta historia: incluirse él mismo en la narración. Ya saben lo harto que estoy de autoficción, pero en este caso, el recurso es de lo más pertinente y funciona a las mil maravillas. Tanto, que dan ganas de brindar con el autor en ese famoso bar, The Moon Under Water que, como todo el mundo sabe, se encuentra emboscado en el Realejo, aunque para encontrarlo haya que tirar de candela. 

Carlos Hernández ha escrito y dibujado la fascinante biografía de George Orwell igual que anteriormente hizo con las de Dalí y Lorca, también publicadas por Norma y que son igualmente fascinantes. Les recomiendo hacerse con ellos si no los tienen o releerlos si ya están en su biblioteca. Y, a continuación, tirar para la Corrala de Santiago. Otra vez. 

Porque el Salón del Cómic de Granada le dedica a Carlos una retrospectiva por sus treinta años de trabajo artístico. Allí hay tiras de Chucky y Orcemán y varias páginas de sus álbumes dedicados a Lorca y Dalí. Ojo a la de Enrique Morente, tan emocionante. Hay colaboraciones en El Batracio Amarillo y originales con el proceso de creación del álbum de Orwell.

Este mes de octubre le pertenece a ese artistazo que es Carlos Hernández por derecho propio. La exposición en la Corrala, que no pueden perderse, y la publicación de ‘La lista de Orwell’, que deben ustedes abalanzarse a leer; le acreditan como uno de los Grandes de Granada, que es tanto como decir uno de los Grandes del Tebeo en España. 

Jesús Lens

‘Pirineo Noir’ nos traslada a ‘Twin Peaks’

Mientras leía las galeradas de ‘Pirineo Noir’ recordaba para mis adentros el célebre verso de Félix Grande… pero al revés: “Donde fuiste infeliz alguna vez (tanto que saliste tarifando, haciendo fú como los gatos y donde no te quieren ver ni en pintura) no debieras volver jamás”. Aunque en realidad, Alice Leclerc también fue feliz en As Boiras, el pequeño y asfixiante pueblo pirenaico donde transcurre la acción de una novela que me ha fascinado. ¿Feliz he dicho? Quizá no sea la palabra exacta…

Leí ‘Pirineo Noir’ el pasado verano. Me enviaron de la editorial Reservoir Books una copia artesanal pillada con canutillo y sus hojas fueron cayendo (y quedándose esparcidas) entre Málaga, Vilnus, Riga, Tallin y Helsinki. Fue una lectura gozosa y compartida que nos deparó grandes conversaciones, anticipaciones, sospechas, sorpresas y adivinaciones. Entre aviones, autobuses y cervezas, la joven escritora María Pérez Heredia nos hizo muy felices.

Como ya saben ustedes que no soy de contar las tramas, sólo les diré que ‘Pirineo Noir’ cuenta la investigación de la muerte de la joven francesa Emma Lenglet en As Boiras, un pequeño pueblo pirenaico del Alto Aragón. Lo que convierte en singular a este crimen es que el asesino ha seguido los pasos del conocido como ‘Carnicero del Valle’, un serial killer que mató y descuartizó a seis adolescentes treinta años atrás y que, aquejado de una enfermedad terminal, acaba de ser excarcelado. 

El crimen no sólo asusta a la gente, sino que remueve las aguas de un pasado demasiado turbulento. Un experto francés especialista en capturar a este tipo de asesinos seriales llega al pueblo para ayudar a la Guardia Civil. Y con él, su mujer, una famosa escritora llamada Alice Lecrerc cuya carrera se cimentó precisamente al escribir un libro sobre aquellos asesinatos de los años 90. Un caso que conocía bien porque ella misma vivía en As Boiras por aquellos entonces. Ni que decir tiene, su presencia en el pueblo no es precisamente bienvenida y despertará todo tipo de malestares y resquemores.

¡Uf! Al final me he enrollado como un pitillo, pero es que el planteamiento de ‘Pirineo Noir’ es tan rico y ambicioso que no se podía contar en menos palabras. A partir de ahí, pasado y presente se entrelazan en una narración que te transporta a aquel ambiente rural, a la nieve, las carreteras de montaña, los hoteles de piedra con chimenea y las cabañas en el bosque. 

Para los amantes de las etiquetas: cojan un rural noir con toques de mountain noir y denle un barniz de domestic noir. Porque de todo ello hay, aunque les suene a coña trufada de ironía. Que no lo es. Se lo prometo. He leído referencias a Gillian Flynn y a Joyce Carol Oates en un blurb* de la novela. Me parecen muy bien traídas. ¡Y no son mancas!

Pero si a mí me pidieran uno, tiraría de clasicismo televisivo y diría algo así como que ‘Pirineo Noir’ es la traslación del fascinante universo de ‘Twin Peaks’ a la España más rabiosamente contemporánea. Porque quiero entender que usted no sólo sabe qué es la famosa serie que trataba de desentrañar el misterio de quién mató a Laura Palmer, sino que ha visto la magna obra de David Lynch. Y varias veces, además. ¿Verdad? ¿VERDAD? 

Si no, ya tarda usted en alternar la lectura de la excitante novela de María Pérez Heredia con el visionado de la mejor serie de la historia de la televisión. ¡Menudo otoño!       

*Los blurb son las frases promocionales de una novela escritas por otros autores o por especialistas en el género. 

Estoy hackeado y tan contento, oiga

Suena raro, pero es así. Me han hackeado mi cuenta de Instagram por segunda vez en pocos meses y estoy más alegre que unas castañuelas. No tengo ni idea de cómo ocurrió la primera vez, pero en esta ocasión he picado como un pardillo. Sin entrar en detalles, se juntó el querer quedar bien con alguien con quien tuve un rifirrafe en las redes hace un tiempo, el cansancio acumulado y estar viendo baloncesto a la vez que enganchado al móvil. 

Doy por perdida mi cuenta. Me dicen que lo mismo la puedo recuperar si hago unas gestiones y le echo paciencia, pero tampoco me importa tanto. Me he abierto otra, jesus_lens_granada  y he empezado de cero. Eso sí: a partir de ahora me conduciré de otra manera en las redes. 

Para empezar, no sólo no contestaré a ningún mensaje directo, messenger o chat; es que ni siquiera los leeré. Únicamente me daré por enterado de lo que me llegue vía correo electrónico y guasap… siempre que tenga identificado al remitente: paso de números sin identificar.  

No volveré a pinchar en ningún enlace que llegue a través de las redes sociales. ¡Jamás! Y al que persista en su envío, lo bloquearé y/o eliminaré sin contemplaciones ni explicaciones.

No volveré a subir a mis perfiles ni retuitearé nada en lo que me etiqueten al bulto. Me daré por enterado… o no. Pero ya está. Y a quienes abusen del etiquetado indiscriminado para darle publicidad a todo lo que hacen, lo mismo que en el párrafo anterior. 

Me parece fantástico que vayas a presentar tu libro en tu ciudad… que está a 750 kilómetros de Granada. Es genial que te hayan invitado a dar una charla en Transilvania o a impartir un taller en las Islas Aleutianas, pero no me etiquetes para que me entere de tamaña proeza, por favor. Ya lo leeré en tu perfil y me congratularé como se merece. 

Y aprovecho para abrir el melón del spam a través del guasap: al que abusa y, cada semana manda dos, tres o más mensajes genéricos con su vida, obra y milagros, lo tengo ‘silenciado para siempre’ y lo considero más un bot que una persona. Sin acritud, ¿eh?

Lo sé, lo sé: llego tarde. Si me hubiera aplicado el cuento antes, los hackers no estarían tratando de vender criptomonedas en mi nombre a través de mi Instagram. Lo siento. Me he equivocado. No volverá a ocurrir. 

Jesús Lens

Random, palabra con futuro

He estado buscándola, pero no la he encontrado. Juraría que escribí una columna titulada ‘Generación Random’, pero nada. Me acordé de ella, aunque no exista, leyendo la convocatoria que ha hecho Vocento para elegir la Palabra con Futuro 2023. (Aquí, toda la información).

Las 20 seleccionadas me parecen muy interesantes, bien tiradas. Algunas de ellas, imprescindibles, de hecho. Agua y diálogo, sin ir más lejos. Ahora que me hago mayor, el edadismo me preocupa sobremanera y les confieso que jamás había oído los términos noray o sisifemia, pero ya los he hecho míos. 

Sin embargo, mis dos finalistas han sido sonería —otro día hablamos de ella— y random, la que más contribuye a definir toda una época. Aunque es un anglicismo, los jóvenes la han incorporado a su día a día de forma natural. ¿Se acuerdan ustedes de una opción que había en los antiguos reproductores de música llamada así, random? La pulsabas y la música sonaba aleatoriamente, sin orden ni concierto. 

Eso es random. Aleatoriedad. Algo raro y extraño que sucede sin previo aviso, más o menos por casualidad. Como aquellos cisnes negros de los que tanto hemos hablado otras veces. Hace referencia a la falta de previsibilidad, a la imposibilidad de hacer planes. Al caos, o sea.

Las chicas y chicos nacidos en torno al 2010 no han dejado de vivir tiempos muy random. Cuando no se despertaban por los enjambres sísmicos les pillaba Filomena y otras ciclogénesis explosivas, danas, olas de calor y demás fenómenos atmosféricos extremos. El volcán de la Palma entrando en erupción, la inflación galopante, la invasión rusa de Ucrania, un intento de golpe de estado en USA y, por supuesto, la pandemia. 

Pocas veces el futuro ha sido tan incierto. No voy a entrar en causas, culpas y responsabilidades, pero el hecho es que, sin un colchón, sin un noray, un asidero firme al que amarrarte; es muy duro estar ahí fuera, a la intemperie. 

Nuestra generación viejuna es muy crítica con la juventud, así en conjunto y por las bravas. “¿Y esos van a pagar nuestras pensiones?” es una de esas frases que sueltan caspa como para decorar todo un belén navideño. Verán qué poco va a tardar la Generación Random en tener que explicarnos a los boomers refunfuñones conceptos como resiliencia, aprendizaje o adaptación al cambio. Y mientras, que todo fluya.

Jesús Lens