La mejor noticia del año

Hace una semana, Mercedes Navarrete daba la que puede, la que debe ser la mejor noticia del año en y para nuestra provincia. ‘Granada aspira a acoger un segundo acelerador para ampliar el Ifmif-Dones’, rezaba el titular. ‘Europa estudia mejorar la infraestructura con una inversión de más de 300 millones para adelantar los resultados de las investigaciones sobre la energía de fusión’, continuaba aquella prometedora información que puedes leer AQUÍ.

Ustedes saben que este tema me apasiona de forma rayana en la obsesión. He escrito decenas de artículos alabando, reivindicando y defendiendo todo lo referente al acelerador de partículas y cuando leí la información de Mercedes me acordé de lo que escribía hace unos meses, al comienzo de la salvaje invasión rusa de Ucrania. ‘En un contexto de inestabilidad como éste, las inversiones en el proyecto del Ifmif-Dones deberían ser más decididas e importantes que nunca. ¿Y si estamos en uno de esos momentos estelares de la humanidad en los que, de forma global y coordinada, trabajamos por salvar el planeta?’. AQUÍ más enlaces e info.

Porque el desarrollo de la energía de fusión, más allá de lo que la instalación del acelerador de partículas pueda suponer para la socioeconomía de Granada, es un bien para la humanidad, no en vano hablamos de una fuente de energía barata, limpia e inagotable.

 Cada vez que escribo esas tres palabras me echo las manos a la cabeza. ¿Cómo es posible que en un escenario de cambio climático e inflación galopante, provocada principalmente por el coste de la energía, no se está trabajando más y mejor, de forma denodada, en el desarrollo de la fusión nuclear?

José Aguilar, el coordinador de la oficina técnica de Ifmif-Dones, se lo decía alto y claro a Mercedes Navarrete: existe la convicción “de que hay que acelerar el programa europeo con el objetivo de conseguir resultados antes de lo previsto hasta ahora”. Eso supone más inversión, más tecnología, más desarrollo científico y, de rebote, otra gran oportunidad para Granada. 

Y en estas estaba, más feliz que una lombriz, cuando otra información de IDEAL, ésta de Quico Chirino, me obliga a moderar mi entusiasmo, como diría el inefable Larry David: ‘El Gobierno en funciones acelera y abrirá la agencia de IA en La Coruña en tres meses’. No todo iba a ser alegría tecnológica y felicidad energética. Me reservo mi opinión sobre el tema hasta saber qué dicen —si dicen algo— los próceres socialistas de nuestra provincia. Porque vaya tela…

Jesús Lens

Llegan David Fincher y Martin Scorsese

El domingo era un día importante. Terminaban las vacaciones de miles de personas, la Selección Española se jugaba el ser o no ser en el Mundial de baloncesto (cada vez que oigo y leo ‘La familia’ pienso en los Corleone y me imagino a Scariolo acariciando a un gatito) y se presentaba ‘El asesino’ en el Festival de Venecia. 

A estas horas, las vacaciones son un recuerdo lejano que se difumina a la misma velocidad que el moreno de nuestros cuerpos, a ‘La Familia’ le toca pensar en el Preolímpico y la nueva película de David Fincher ha conquistado de forma unánime a la crítica internacional más exigente.

Lo mismo ocurrió en el pasado Festival de Cannes, donde se presentó ‘Los asesinos de la luna’ del maestro Martin Scorsese, tres horas y media de puro cine que enamoraron a todo el que tuvo el privilegio de disfrutarlas. 

Ambas películas, las dos bien negras y criminales, se estrenan este otoño. Llegarán a las pantallas de cine en octubre (esperemos que se puedan ver en Granada, también, en VOS) y de inmediato pasarán a las respectivas plataformas que han puesto la pasta: Netflix en el caso de Fincher —cómo me escuece que le cancelaran su magistral serie ‘Mindhunter’— y Apple TV en el de Scorsese. 

Más coincidencias: las dos películas parten de sendos trabajos previos. A estas alturas les he hablado tanto del cómic ‘El asesino’, de Matz y Jacamon, cuya portentosa edición integral ha publicado Norma Editorial este año, que si aún no se han hecho con él, no sé a qué esperan. (AQUÍ, más información). Lo que he leído del estreno de la película en Venecia, las imágenes de Michael Fassbender como el letal protagonista y lo escuchado de la banda sonora de Trent Reznor y Atticus Ross me provoca palpitaciones. Ahí lo dejo.  

 Del libro ‘Los asesinos de la luna’, subtitulado ‘Petróleo, dinero, homicidio y la creación del FBI’, sin embargo, creo que apenas les he contado nada. Se trata de un libro de no ficción de David Grann, autor de ‘Z, la ciudad perdida’, y lo publica Literatura Random House. En él se cuenta la historia de una comunidad india, los Osage, que malvivían en Oklahoma hace 100 años. Hasta que el descubrimiento de una ingente bolsa de petróleo en sus tierras les cambió la vida. En todos los sentidos de la expresión. 

David Grann investigó lo que ocurrió aquellos años y comienza su narración con un capítulo titulado ‘La desaparición’. “El 24 de mayo de 1921, Mollie Burkhart, con domicilio en el poblado osage de Grey Horse (Oklahoma), empezó a temer que algo le había ocurrido a Anna Brown, una de sus tres hermanas”. No les cuento más. Sólo les diré que, cuando aún faltan 100 páginas para el final del libro, la historia parece haber llegado a su final. Pero no. Aún no. Todavía queda una vuelta de tuerca que demuestra lo importante que es el periodismo de investigación. También lo dejo aquí. 

Cuando leí el libro, hace bastante tiempo, ya se sabía que Robert De Niro y Leonardo DiCaprio serían los actores principales de la versión cinematográfica de ‘Los asesinos de la luna’. ¿Qué papeles les habrá tocado interpretar, los buenos o los malos? ¿Serían los sospechosos? ¿Los miembros del FBI iniciático? Aún no he resuelto la duda, aunque he hecho mis cábalas, claro. Como saben, soy reacio a ver tráilers y trato de anticipar lo menos posible a la hora de ir al cine, que me gusta preservar la sorpresa.

Llámense ansia viva, pero no vean qué ganas de que llegue el octubre cinematográfico a nuestras pantallas…

Jesús Lens

Buscando a Ganivet en Riga

Era visita obligada. En cuanto terminamos con los preceptivos paseos por el fascinante modernismo de Riga, capital de Letonia, y su atractiva arquitectura de madera; pusimos en el Google Maps ‘calle Balozu, 22’ y allá que nos fuimos María Jesús y yo, que no en vano, uno es miembro de la Academia de Buenas Letras de Granada y eso imprime carácter.  

Aunque era ya tarde, caminamos despacio y nos entretuvimos haciendo fotos. Sobre todo al cruzar el interminable puente sobre el Dwina, que nuestro paisano Ángel Ganivet se instaló al otro lado del río y entre los árboles cuando llegó a Riga en calidad de cónsul, allá por agosto de 1898. Alquiló una casa en una zona boscosa, entorno muy propicio para pasear, meditar y reflexionar, pero que le obligaba a coger un vapor todos los días. 

En 2023, sin embargo, el entorno de la calle Balozu es puramente urbano y suburbial. Deterioradas casas de madera llenas de pintadas conviven con descascarilladas casas de cemento. Otras, las menos, sí están muy bien rehabilitadas. Pasamos por una sucursal del ubicuo Caffeine, la respuesta báltica a Starbucks y, cuando ya se ponía el sol arribamos al 22 de la calle Balozu, una gran casa de madera que, dicen, fue blanca y hoy es gris, con sus contraventanas chapadas en marrón, convertida en guardería. 

Una placa en cerámica de estilo granadino reza así: “En esta casa vivió el escriter (sic) español Ángel Ganivet. Granada recuerda su memoria”. Y abajo, “Ofrecimiento de la Universidad de Granada”. Les confieso que, no siendo un gran ganivetiano, me emocioné. ¿Conocen la historia? Por razones variadas y fruto de una incontenible manía persecutoria, nuestro paisano estaba convencido de que le seguían espías de potencias extranjeras. El día 29 de noviembre, cuando calor, calor, lo que es calor; no debía hacer en la capital báltica, se lanzó a las aguas del Dwina. Rescatado in extremis, en un momento de descuido y mientras la tripulación buscaba ropa de abrigo con que calentarle, volvió a saltar del barco. Y esa vez sí fue definitiva. ¡Tremendo! (AQUÍ lo cuenta Amanda Martínez en su Homeroteca de IDEAL).

Sumidos en un silencio reverencial, paseamos por el entorno, hicimos unas fotos y, como ya era casi de noche, tratamos de coger un taxi. Imposible. Por allí apenas había circulación. Nos fuimos a una parada del tranvía y subimos a uno que iba para el centro. Nos acercamos a la máquina de billetes y una amable empleada nos dijo que si no teníamos la tarjeta del consorcio correspondiente, nos teníamos que bajar, aunque las tiendas que las vendían ya estuvieran cerradas. Daba lo mismo que tuviéramos euros, sueltos y agarrados. No nos sirvieron ni la Visa, ni la Mastercard ni nuestra cara de turistas despistados: a la puta calle. No sé, pero quiero pensar que eso, en Granada, no hubiera pasado. A pesar de nuestra proverbial malafollá, alguien nos habría echado una mano (y habría salido ganando, que le hubiéramos pagado unos buenos euracos por su atención). 

Nos tocó volver a pata. Otra hora de larga caminata que nos obligó a cruzar de nuevo el Dwina, cuyas aguas presentaban un aspecto amenazadoramente gris y glacial. Tuvimos la suerte, eso sí, de topar con el inmenso y precioso edificio de la Biblioteca Nacional de Letonia a orillas del río.

Un último regalo de Don Ángel en nuestro deambular por Riga en busca de su última morada.

Jesús Lens

Humor y nostalgia en el Noir contemporáneo

Muchas veces me preguntan si no me aburro de leer novela negra, siempre el mismo esquema: aparece un muerto o se comete un delito, se investiga, se resuelve y a seguir con la misma prosa, mariposa. Y no, oigan, no. Es que para nada es así.  

Les propongo dos lecturas que nada tienen que ver con ese modelo. Ambas las publica Alrevés, editorial que siempre busca voces originales y diferentes. La primera se titula ‘Mujer equivocada’, la ha escrito Mercedes Rosende y es un descojono. Va otra pregunta: ¿cabe el humor en la novela negra? Si es humor negro, obviamente sí.

La protagonista de esta primera historia es Úrsula, una mujer sola que, de haberla conocido, habría pensado que la canción ‘Ellos las prefieren gordas’ de la Orquesta Mondragón se burlaba de ella. Y de sus atributos. Por contra, su hermana se llevó lo mejor de la genética familiar: guapa, delgada, estilosa y, además, rica. Úrsula es traductora y vive en Montevideo. Se ha apuntado a un grupo de terapia para adelgazar, pero el estrés no la deja vivir y la incita a comer. A comer desenfrenadamente.  

Entonces recibe una misteriosa llamada de teléfono. Alguien, con voz distorsionada, le dice que han secuestrado a su marido. Y que permanezca atenta porque pronto recibirá otra llamada con las condiciones para la liberación. Previo pago de una importante suma de dinero, claro. 

Suficiente. No les cuento más. Sólo les dejo la elocuente presentación que la autora, la uruguaya Mercedes Rosende, hace de sí misma en la solapa del libro: “No sé si soy escritora, me parece que soy una impostora que escribe para ser otras personas. Siempre quise ser otros, y la manera más fácil de ser un ladrón o una asesina o un policía corrupto, sin el peligro de ir a la cárcel o de que me maten, es la literatura. Así nace la vocación de escritora, ligada a esa curiosidad por la vida del otro, a las ganas de meterme en el pellejo de los demás”.

Y ahora, montémonos en el Delorean y viajemos al pasado. A la España de los descampados, los yonkis y las tiendas de campaña. Al invierno de 1999. Y, de inmediato, otro salto en el tiempo, a los años 1975 y 1976, cuando todo era posible. O eso creía toda una generación. Por ejemplo, triunfar en el fútbol. O montar una banda de rock and roll. 

‘Me llamaré Silver Stardust’, de Nuria M. Deaño, es una extraordinaria novela iniciática en la que la ciudad de Madrid desempeña un papel esencial como escenario, magistralmente trazado, sin caer en las trampas de una nostalgia mal entendida. Porque hay nostalgia, claro que sí. Pero en las dosis justas y necesarias para que la novela sea radicalmente atemporal, siempre contemporánea. 

Un relato fiel del complicado salto a la adolescencia y el cuestionamiento de los mitos fundacionales de una vida que apenas empieza a asomarse al futuro. Personajes que respiran, viven y palpitan. Personajes reales, que rezuman autenticidad.

Uno de los temas esenciales en el género negro es el de la fuerza del destino y, de su mano, la fatalidad. De todo ello hay en ‘Me llamaré Silver Stardust’, un deslumbrante retrato de una época cuyos protagonistas, desde el primer capítulo, sabemos cómo van a terminar. El cómo y el porqué, gracias a los flashbacks igualmente propios del noir, serán los que nos mantengan imantados a la lectura. Y el desenlace. ¡Ay, el desenlace! 

¿Aceptan el reto? Anímense a leer dos novelas negras absolutamente diferentes a otras, originales y de una calidad excepcional. No se arrepentirán.  

Jesús Lens

Paul Schrader, jardinero y contador de cartas

Es un milagro que Paul Schrader siga haciendo cine. Y más milagroso aún es que sus películas lleguen a las grandes pantallas españolas. Y ni les cuento lo que supone ver una de ellas en un cine del centro de Granada. ¡Y en versión original subtitulada! Hablamos del Madrigal y de ‘El maestro jardinero’, que se proyecta a las 23 horas. 

Paul Schrader, que va camino de los 80 añazos, lleva toda su vida contando la misma historia. Lo hace de forma más o menos disimulada, sobre todo cuando escribe guiones para otros directores, pero básicamente es el cuento de siempre. En el mejor sentido de la expresión. Variaciones y permutaciones sobre el mismo tema. Hablamos del cineasta del pecado, la culpa, la expiación y la redención. Con su poquito de venganza. Porque la línea que separa a la una de la otra es muy fina. La delgada línea roja. Y sangrienta.

Si hablamos de Schrader hay que citar ‘Taxi Driver’, por supuesto. Aquel portentoso guion es suyo. Y desde entonces, su vida y su carrera van íntimamente ligadas a Martin Scorsese, para el que también escribió los libretos de ‘Toro salvaje’, ‘La última tentación de Cristo’ y una de sus películas menos conocida: ‘Al límite’, que me apetece mucho volver a ver. Vidas paralelas y carreras tan ligadas que el propio Scorsese produjo ‘El contador de cartas’, la penúltima película de Schrader, una auténtica maravilla, una joya y una rara avis en el cine contemporáneo. 

El contador de cartas, interpretado por un sobrio, contenido, ajustado y, por momentos, aterrador Oscar Isaac, es un tipo que, tras cumplir un larga condena de diez años de cárcel, vuelve a las calles. En prisión aprendió a jugar a los naipes y se gana la vida en los casinos, apostando al blackjack, un juego en el que el cálculo mental es esencial. Lleva una vida anónima y silenciosa, sin sobresaltos. Como los monjes guerreros de diferentes mitologías, su existencia es ascética, radicalmente aséptica. Hasta que un doble encuentro en el hotel donde se celebra un torneo de póker le obliga a cambiar sus rutinas. 

Volvamos a su película más reciente, ‘El maestro jardinero’. El punto de partida es más original, si cabe. Hablamos de un tipo con aspecto pétreo y coriáceo que se dedica al cuidado de un gran jardín. Cuenta con un equipo de tres colaboradores y, por las noches, escribe en un diario, igual que hacía el contador de cartas. Todo lo referente al jardín es una metáfora, como no tardaremos en descubrir. El orden y el concierto, la rectitud, el control de la naturaleza, los mimos y cuidados a las plantas, el florecimiento…

Narvel Roth, que así se llama el maestro jardinero, tiene un pasado. Todos los personajes de Schrader lo tienen. Un pasado turbio y turbulento. Pero ahí está, pasado el tiempo, disfrutando de un nuevo sentido a su existencia. Una existencia discreta y de perfil bajo, siempre. Hasta que un encuentro de lo más improbable, aunque nunca imposible, venga a sacudir de nuevo su vida. 

Pecado, culpa y redención. La tríada del cine de Schrader. Y la venganza, insisto. La venganza cuando sus protagonistas encuentran una segunda oportunidad a través de la ayuda y el apoyo a terceras personas, siempre más jóvenes, que tienen toda la vida por delante. Chicos y chicas cuyos tropiezos y errores, aún subsanables, amenazan su futuro. Entonces llega el momento de actuar, que no todo va a ser poner la otra mejilla. 

Asómense a ‘El maestro jardinero’. No es la mejor película de Schrader, pero como les decía al principio, sólo poder verla en pantalla grande y en VOS es ya un milagro. 

Jesús Lens