Mis imprescindibles del Noir. Parte 2

Si la semana pasada les hablé de mis clásicos norteamericanos del género negro y criminal, hoy voy con los españoles, que nuestra escuela es igualmente feraz, rica y variada.

Hay que empezar por Manuel Vázquez Montalbán y su Carvalho, que este año se cumple el cincuenta aniversario de su debut literario en ‘Yo maté a Kennedy’, aunque no les recomiendo que comiencen por esa, que es una novela experimental muy loca. Para adentrarse en el auténtico universo Carvalho, lo mejor es empezar por ‘Tatuaje’ y aquel mítico “Nacido para revolucionar el infierno”. 

También es importante leer a Carvalho contextualizando el año en que transcurre la acción de cada novela y lo que pasaba en la sociedad española del momento. Hablamos de un detective privado que es hijo de su tiempo y títulos como ‘Roldán, ni vivo ni muerto’ hablan por sí solos. Si les gusta el cómic, Norma ha publicado los tres primeros títulos de la serie Carvalho, brillantemente adaptados por Bartolomé Seguí y Hernán Migoya. Y no olvidemos la excelente actualización del personaje que hizo Carlos Zanón en ‘Carvalho: problemas de identidad’. Aunque para veraniega, la novela más reciente de Carlos, el Premio Granada Noir más reciente: ‘Love song’.  

Otro de los maestros del Noir español es Juan Madrid, cuyo personaje de cabecera, Toni Carpintero, figura con letras de oro en la historia de la literatura policíaca española. Galardonado con el I Premio Granada Noir, Juan Madrid ha escrito un fresco negro y criminal en el que ya se asomaba a las ahora famosas cloacas del estado. Su ‘Adiós, princesa’, por ejemplo. Pero para comenzar por el principio, como debe ser, háganse con ‘Beso de amigo’, la primera de la serie de Carpintero. Y una de sus cumbres literarias es ‘Días contados’, que contó con una brillante adaptación al cine dirigida por Imanol Uribe. 

Andreu Martín es otro de los grandes maestros del noir español. Sus novelas ‘Prótesis’ y ‘A martillazos’ son sendos mazazos que, escritas en los años 80, siguen impresionando a sus lectores. Y Mariano Sánchez Soler, de la estirpe de periodistas de investigación que escriben novelas con todo lo que han descubierto y que, por unas razones u otras, no han terminado de contar en sus reportajes. ‘El asesinato de los marqueses de Urbina’ cuenta, con pelos y señales, toda la intrahistoria de uno de los crímenes más famosos de la crónica negra de nuestro país.

Si son amantes de las sagas, el verano es una estación muy indicada para comenzar con ellas e ir cubriendo etapas. En España hay dos imprescindibles. La primera, la de Alicia Giménez Bartlett y su inspectora Petra Delicado, que arrancó en 1996 con ‘Ritos de muerte’ y que el año que viene tendrá nueva entrega. Pero si quieren asistir al alumbramiento de una nueva saga, háganse con ‘La presidenta’, en la que otra de las galardonadas con el Premio Granada Noir presenta a las hermanas Berta y Marta Miralles, llamadas a darnos grandes alegrías lectoras. 

Y este otoño llega una nueva entrega de la saga de Bevilacqua y Chamorro, los guardias civiles de Lorenzo Silva que vieron la luz por primera vez en ‘El lejano país de los estanques’, en 1998. La psicología de sus personajes les convierte en imprescindibles del noir español contemporáneo. 

Otra saga que a mí me fascina es la de la comisaria Ruiz de Berna González Harbour, que arrancó con ‘Verano en rojo’, que cumple ahora diez años.

Los mismos que el Mundial de la Selección de Fútbol de Sudáfrica, que tanta importancia tiene en el marco de aquella novela. ¡Muy adecuada para estas fechas!

Jesús Lens

Mis imprescindibles del Noir. Parte I

Hace unos días, mi amiga Ana María Gutiérrez, responsable del exquisito blog gastronómico Cocinando entre olivos, me hacía una propuesta imposible de rechazar. “¿Por qué no compartes una publicación con los tres o cinco libros imprescindibles de novela negra para este verano? Clásicos que no puedes vivir sin haberlos leído”. 

Este tipo de propuestas son un caramelo envenenado. Porque empiezas a pensar y, sin comerlo ni beberlo, tienes 20 o 25 títulos en la cabeza. Pero voy a intentar ser frío y analítico y en esta primera entrega, me centraré en los Estados Unidos. Empezaría por el origen de todo. Por el relato fundacional del género negro clásico norteamericano: ‘Los asesinos’, de Ernest Hemingway. ‘The killers’. El cuentito es un prodigio de contención y condensación que abre innumerables puertas al género. ¡Y qué diálogos!

Mi clásico favorito, el primero que me convenció de que el noir es literatura pura inyectada en vena, fue ‘Cosecha roja’, de Dashiell Hammett. Su descripción de los turbios manejos en Poisonville, la ciudad-veneno corrompida hasta la médula y gobernada por dos bandas de gángsteres enfrentadas entre sí, sigue teniendo mucha vigencia, por desgracia. Y ojo a Dinah Brand, la femme fatale de la historia. ¡Portentosa!

Otro clásico que no puede faltar en cualquier biblioteca noir que se precie es ‘El talento de Mr. Ripley’, la obra maestra incontestable de Patricia Highsmith. Pueden encontrarla también con el título de ‘A pleno sol’, que así se tituló la adaptación cinematográfica protagonizada por Alain Delon. La serie de novelas protagonizadas por Ripley tiene varios títulos más, por lo que conocerle es garantizarse cientos de páginas de disfrute. Un disfrute turbio y amoral, que menudo es el bueno de Tom. Y la buena de Patricia.

Grandes películas clásicas del cine negro norteamericano están basadas en novelas que tienen menos fama, pero cuya lectura es de lo más gozosa e ilustrativa. Prueben con ‘Laura’, de Vera Caspary, y busquen información sobre la autora. Les van a sorprender muy gratamente tanto la novela como la biografía. Lo mismo ocurre con ‘En un lugar solitario’, magistral (y nihilista) película de Nicholas Ray basada en un novelón descomunal de Dorothy B. Hughes.

Otro de mis novelistas clásicos por excelencia: Chester Himes. Las novelas protagonizadas por ‘Ataúd’ Johnson y ‘Sepulturero’ Jones son portentosas: no hay mejores guías para adentrarse por un Harlem en el que, voluntariamente, jamás osaríamos poner un pie. La primera de la serie se titula ‘Por amor a Imabelle’, aunque también se puede encontrar con el título de ‘Una redada en Harlem’ ya que, nuevamente, fue llevada al cine. 

Avanzando en el tiempo, no hay un clásico contemporáneo más perdurable que James Ellroy. De hecho, en el Club de Lectura y Cine de Granada Noir vamos a leer este verano ‘La dalia negra’, la primera entrega del que se ha dado en llamar Cuarteto de Los Ángeles. Una novela negra espídica que se lee a ritmo de free jazz y en la que bucearemos por los rincones más sórdidos de la capital del cine, el lado oscuro del sueño americano, convertido en pesadilla. 

Y la gran Trilogía del Narco que no me cansaré jamás de recomendar: Don Winslow, empezando por la brutalísima —en todos los sentidos de la expresión— ‘El poder del perro’. Adrenalina pura. Porque, una vez conozcan a Art Keller y se pongan en sus manos, nada volverá a ser igual. Ni parecido.  

Termino con un clásico contemporáneo, ‘Piel quemada’, de Laura Lippman. Está protagonizada por un personaje femenino contradictorio, diferente y original. Un personaje que rompe con todos los tópicos sobre la femme fatale.

Y ahora… ¡a leer!

Jesús Lens

Roberto Saviano todavía está vivo

Este cómic atesora una descomunal carga de profundidad. Es un puñetazo en la boca. Un dedo en un ojo que nos recuerda que aún respira, para desesperación de algunos.

“Si vives, hay tres clases de personas que te odian: unos, porque te entrometes en sus asuntos, sus intereses; otros, porque, al no entender a fondo el drama que vives, querrían estar en tu piel. Y los último que te odian son los que no hacen nada y ven con hostilidad a quien sí se mueve”. 

¡Boooooom!

Cuando leí ese texto en una viñeta con un féretro que portaba el cadáver el Roberto Saviano, me quedé helado. Esa imagen está muy al comienzo de la narración. ¡Hay que tener valor para matarte a ti mismo, aunque sea en la ficción! 

De eso va ‘Todavía estoy vivo’, escrito por Roberto Saviano y dibujado por Asaf Hanuka, uno de los grandes cómics de lo que va de año, publicado por Reservoir Books. Se trata de una historia de no ficción áspera como la barba de un pistolero del Lejano Oeste. Una narración visual que raspa como una caída de bicicleta sobre el asfalto ardiente. Una amarga autoficción que escuece como un chorro de alcohol vertido sobre la herida que aún supura. 

¿Conocen la historia de Roberto Saviano? El de ‘Gomorra’, efectivamente. Sí, sí, aquel italiano que se puso de moda por escribir un libro sobre la Camorra napolitana, esa subsección de la mafia italiana que, irritada al ver sus secretos al descubierto, decidió eliminarle.

¿Y todavía está vivo dice usted? Pues sí. Aún respira. Y escribe. Pero es que, además, Roberto Saviano desayuna, come y cena. Duerme —cuando puede— se ducha, mea y caga. Como todo hijo de vecino. Pero él lo hace siempre acompañado y escoltado. Vigilado. Controlado. 

Bueno, bueno, ¿pero y la vidorra que se pega? Siempre de hotel en hotel, comiendo por la patilla. Y el pastizal que gana con sus libros y sus conferencias. ¡Quién lo pillara!

“En 2008, Salman Rushdie me dijo algo que tardé años en entender: “la gente me reprocha que esté vivo, que siga yendo a fiestas, que siga escribiendo libros”. Y eso porque lo habían condenado a muerte. “Te echarán la culpa toda la vida”.

De eso va ‘Todavía estoy vivo’. De culpa, dolor, rabia e indignación. De soledad y aislamiento. De compromiso con la verdad, a pesar de todos los pesares. La prosa de Saviano, lo dijimos antes, escuece. El tratamiento visual de Asaf Hanuka, repleto de hallazgos visuales, impacta.

Si no conocen la historia de Saviano, échenle una ojeada a ‘Todavía estoy vivo’, una de esas obras que debería llevar la vitola de ‘Imprescindible’. A continuación tocará leer ‘Gomorra’, si no lo hicieron antes. Será casi una obligación moral. Recuerdo que la adaptación cinematográfica no me gustó mucho. Ahora hay por ahí un nuevo montaje del director, Matteo Garrone. Más deberes. Y máxima atención a la impresionante película de animación ‘Vals con Bashir’ en la que participó Asaf Hanuka.

Háganse con ‘Todavía estoy vivo’, una autobiografía gráfica que nos interpela a todos los que, desde el otro lado de la pantalla, somos tan ligeros y rapiditos exigiendo, imprecando, juzgando y (des)calificando a los demás. Un cómic para ponerse en los zapatos del otro. Unos zapatos duros, estrechos y apretados. De los que hacen rozaduras. Y no solo en los pies. 

Jesús Lens

Rapa y La unidad T2: gran cine negro

En puridad son series, pero como hablamos de 6 episodios de menos de una hora cada uno, las he visto de dos o tres tacadas, como si de una película larga se tratara.

El año pasado ya me puse como objetivo ver menos series. Y lo estoy cumpliendo a rajatabla. Las que veo son de las que empiezan y terminan. Como ‘Rapa’ y la segunda temporada de ‘La Unidad’. Y es que las series originales de Movistar+ suelen estar muy bien, por lo general. 

‘Rapa’ es de los creadores de ‘Hierro’. Repiten la misma fórmula, que tan buenos resultados dio, trasladando la acción desde la pequeña isla canaria a la Cedeira gallega, otro municipio ‘bonito’, con sus particularidades estéticas, culturales y antropológicas. Por ejemplo, A rapa  das bestas, que tiene que ser todo un espectáculo. 

De nuevo la mirada de alguien de fuera sirve para que el espectador descubra los secretos de una comunidad cerrada y aparentemente idílica. Como si de una vuelta a la filosofía de ‘Twin Peaks’ se tratara. En este caso, un profesor de instituto descreído, cínico y deslenguado. Encuentra el cadáver de una mujer, que pronto se sabrá que es la populista alcaldesa del pueblo, y se involucra en la investigación. Interpretado por un imperial Javier Cámara, sus secuencias con la sargento de la Guardia Civil interpretada por Mónica López son de antología. 

La trama de ‘Rapa’ está muy bien construida, los ambientes excelentemente caracterizados y los cebos que Coira y Araújo lanzan a los espectadores, perfectamente enganchados al anzuelo. 

Llegados a este punto, ¿qué tal si Pepe Coira y Fran Araújo se vienen a La Alpujarra? Si yo tuviera algo que ver con las Film Comisions granadinas, les haría un road trip por nuestros pueblos blancos y les llevaría a conocer los secaderos. Ahí hay tema, se lo digo yo. Muerte entre jamones…

Y luego está la segunda temporada de ‘La Unidad’, en la que Granada es uno de los escenarios. ¡Qué impresión, ver a las tres mujeres de El Hatch vestidas de negro, completamente tapadas, mientras pasean por Puerta Real, frente a Correos y el hotel Victoria. Ese luto mortificante que contrasta con los vivos colores de un cartel de Cervezas Alhambra que anuncia una fiesta popular. 

Si la primera temporada de ‘La Unidad’, con Dani de la Torre y Alberto Marini a los mandos, nos dejó un inmejorable sabor de boca, la segunda no se queda a la zaga. En este caso, los propios miembros de la unidad antiterrorista de la Policía están en peligro, dado que son el objetivo directo de un iluminado que también está zumbado. Un perturbado de marca mayor. 

El trabajo de actores y actrices es espectacular. Y las tomas con dron, aunque se corra el riesgo de abusar de las panorámicas aéreas, sitúa la acción en cada espacio y lugar en apenas unos segundos. Además de que Granada, la Alhambra y el hotel Alhambra Palace, lucen mejor desde todo lo alto.

Ya saben ustedes que me fascina la figura del infiltrado. Del agente doble. En esta segunda temporada de ‘La Unidad’ desempeña un papel esencial. Como las víctimas colaterales. Que ya verán ustedes el final…

Una decisión muy valiente y arriesgada, la del último capítulo, por cierto, que conecta con una de las lacerantes lacras que sacude los informativos cada vez con mayor habitualidad. Y ahí lo dejo, que no quiero fastidiarles la sorpresa. 

Ojalá más miniseries policíacas como ‘Rapa’ y ‘La Unidad’. Sus arcos argumentales están perfectamente desarrollados, presentan una factura técnica y humana impecable y van mucho más allá del sobado ‘adictiva y trepidante’. 

Jesús Lens

La nueva saga policíaca de Alicia Giménez Bartlett

En su última novela de la saga dedicada a la inspectora Petra Delicado, Alicia Giménez Bartlett no mataba a nadie. Tanto es así que se tituló ‘Sin muertos’, lisa y llanamente. Era una biografía de su personaje de cabecera que nos permitió conocerla mucho mejor.

Una de las grandes sorpresas del 2022 literario fue el anuncio de que la afamada y multipremiada escritora publicaba nueva novela policíaca, pero que lo hacía en la editorial Alfaguara y cambiaba de escenario y protagonistas. 

Petra y Fermín Garzón quedan aparcados, pues. Aunque no definitivamente, que habrá nueva novela con ellos publicada en Destino. La acción se traslada de Barcelona a Valencia y las protagonistas son dos hermanas muy jovencitas, recién salidas de la academia de policía. 

¿Se acuerdan de ‘El silencio de los corderos’, cuando sus jefes elegían a la joven Clarice Starling para que se presentara ante Hannibal Lecter casi como víctima propiciatoria, tierna e inocente? Pues algo así les ocurre a las hermanas Berta y Marta Miralles, protagonistas de ‘La presidenta’. 

El punto de partida les sonará. Vita Castellá, presidenta de la Generalitat Valenciana, aparece muerta en un caro hotel de Madrid el día antes de declarar ante el Tribunal Supremo. La cosa pinta mal para el partido en el Gobierno. Sus fuerzas vivas se movilizan para que la investigación sea lo más rápida, incolora, inodora e insípida posible. Y para eso, nada mejor que encargársela a dos policías novatas. Dos chiquillas sin experiencia alguna. Dos pipiolas sin conexiones ni posibilidad de acceso a los recursos de los polis veteranos. 

Con lo que su jefe no contaba era con la determinación, el desparpajo, el morro y la imaginación de Berta y Marta, dos hermanas muy diferentes entre sí. No les voy a contar nada sobre ellas. Es una sensación deliciosa empezar a conocerlas a través de la afilada y socarrona prosa de Alicia Giménez Bartlett, una de las grandes escritoras de nuestro país. 

“—¿Tú crees que sospecha algo?”, se pregunta una de ellas, hablando sobre su jefe. 

“—¡Qué coño va a sospechar! Nos toma por dos floreros decorativos. Me va a gustar mucho ver la cara que se le pone cuando resolvamos el caso”. 

Esta conversación entre las protagonistas, muy al principio de la novela, nos muestra bien a las claras que no hay trampa ni cartón. La autora lo tiene claro. Los personajes lo tienen claro. Los lectores lo tenemos claro. Y por eso disfrutamos tanto de ‘La presidenta’, que parte de un presupuesto que puede parecer naif, pero imprescindible para marcar el tono de la novela. Cuando leemos que el jefe “pasó de tratarla como a una hija a hacerlo como a una disminuida mental”, tenemos claro el escenario en que nos movemos. 

La lectura de ‘La presidenta’ es placentera y divertida. El punto sarcástico de Alicia Giménez Bartlett, reconocida hace unos años con el IV Premio Granada Noir, es impagable. Y están esos aspectos naturalistas que tan cercanas hacen sus novelas. “Ambas Miralles comprendieron que el ejercicio de su profesión estaría casi siempre ligado a una institución nacional tan arraigada como el bar”. O esta otra: “pasara lo que pasara con el caso y con su amenazada carrera policial, empezaba a ser imperativo ir al supermercado”.

¿Y la investigación? “El plan… estaba inspirado en la misma filosofía que las había acompañado a lo largo de toda la investigación: la necesidad de generar movimientos que afloraran algún tipo de prueba”.

Esta tarde, el Club de Lectura y Cine de Granada Noir nos reunimos en Librería Picasso para hablar sobre ‘La presidenta’. ¡Qué bien lo vamos a pasar!

Jesús Lens