Deporte y género negro

En principio, no parece un buen maridaje. Y sin embargo, casan bien. Ahora que estamos en plenos Juegos Olímpicos y no dejamos de escuchar el lema ‘Citius, Altius, Fortius’, es necesario recordar que hay deportistas sin empacho en tomar atajos para llegar más rápido, más alto y más fuerte.

El novelista Eugenio Fuentes, un enamorado del deporte de la bicicleta, escribió un novela policíaca centrada en el mundo del ciclismo. En ‘Contrarreloj’ se cuenta el asesinato de Tobias Gros, el favorito e imbatible ganador de las cuatro últimas ediciones del Tour de Francia. El impacto es brutal y se dispara una rumorología que apunta a Santi Mieses, rival que habló con Gros poco antes de su muerte.

Luis Carrión, el director del equipo donde pedalea Mieses, contrata al detective Ricardo Cupido, que anda de espectador de una de las etapas reinas: el ascenso al Tourmalet. A través de sus pesquisas, Cupido se adentra en el pelotón para descubrir al lector los entresijos de la carrera, las rivalidades y hasta enemistades declaradas entre ciclistas o el tantas veces sospechoso trabajo de algunos médicos.

El gran thriller sobre el mundo de la corrupción en el ciclismo, sin embargo, está basado en hechos reales. Y visibles. Públicos y notorios. Porque se desarrollaron a la vista de todo el mundo. No me cansaré de recomendar un documental vertiginoso del año 2013 dirigido por Alex Gibney y titulado ‘La mentira de Lance Armstrong’. El director era amigo del ciclista y uno de sus grandes admiradores.

Comenzó a filmar en 2009 su regreso a la competición, pero fue percibiendo síntomas de que las pertinaces acusaciones de dopaje contra él tenían visos de ser ciertas. Y cambió el objeto de su trabajo: de la devoción a la duda y a la investigación. Cuatro años después, la historia concluye el día en que el ciclista fue desposeído de sus siete maillots amarillos de ganador del Tour. Un trabajo sobresaliente. Además, el año pasado, la ESPN, cadena especializada en deportes, emitió ‘Lance’, con la vitola de ser “el documental definitivo” sobre uno de los estafadores más grandes de la historia del deporte.

Cambiemos el paso. El escritor norteamericano Harlan Coben tiene una serie de novelas policíacas protagonizadas por el personaje Myron Bolitar, un antiguo jugador de baloncesto universitario al que una desgraciada lesión impidió convertirse en profesional y llegar a la NBA. En ‘Motivo de ruptura’, Bolitar aparece convertido en agente de un prometedor jugador de fútbol americano con aspiraciones de alcanzar la NFL y al que todo parece irle bien… hasta que una antigua novia dada por muerta aparece en escena, lo que obligará al protagonista a convertirse, también, en detective privado.

B18. BARCELONA, 09/09/2010.- El escritor norteamericano Harlan Coben, autor de la serie protagonizada por el personaje de Myron Bolitar, ha resultado ganador del IV Premio Internacional de Novela Negra RBA, que, con 125.000 euros, es el mejor dotado del mundo en su categoría. EFE/Xavier Bertral

A partir de ahí, diferentes profesionales del tenis, del golf y del propio baloncesto irán requiriendo los servicios de Bolitar cuando sus carreras se tuerzan por motivos extradeportivos. Porque es un tipo fiable que conoce los entresijos del deporte profesional y a los tipos que pululan entre bambalinas. Una excelente serie de novelas para los amantes del Noir que, además, sean buenos aficionados al deporte.

Terminamos hablando de las apuestas, esa otra lacra que amenaza la limpieza del deporte. Una de las subtramas más interesantes de la serie televisiva ‘Todo por el juego’, que cuenta con dos temporadas.

Describe con todo lujo de detalles cómo se las ingenian las mafias para aprovecharse de los futbolistas más vulnerables y conseguir que jueguen para ellos: les ponen delante de las narices coches deportivos de alta gama, despampanantes mujeres, pases VIP para las mejores discotecas, sustancias tóxico-recreativas… Y cuando pican, aunque sea una sola vez, ya los tienen agarrados por donde más duele.

Jesús Lens

Un coro abierto a la sociedad

Ayer domingo, un señor me echó la bronca. Estaba en el bar Rollo de la plaza de las Pasiegas, conversando con Jorge Rodríguez Morata y tomando notas en el portátil. “No trabajes hoy, hombre. Hoy es un día para el descanso y para el Señor. ¿Has leído la Torá? Yo sí. La Torá certifica que en Sabbat no se debe hacer nada”.

El hecho de que el hombre vistiera jersey de lana a las dos de la tarde y tuviera la mirada extraviada me disuadió de entrar en disquisiciones teológico-laborales: no hay nada más contraproducente que darle carrete a quien no tiene otra cosa mejor que hacer.

¿Cómo explicarle que hablar con Jorge no es exactamente trabajar? Habíamos quedado para una de las entrevistas de nuestro suplemento gastronómico de los viernes, compartiendo una Alhambra bien fría. O dos. O las que se tercien. Porque el riesgo, bendito sea, de estas citas es que uno sabe a qué hora empiezan, pero no a qué hora terminan.

Ya tendrán ocasión ustedes de leer la parte relacionada con lo culinario. Hoy, les quiero hablar de la importancia de que la UGR cuente con talentos como el de este músico prodigioso. Como al militar el valor, al director del Coro de la Universidad se le presume la más alta formación académica y musical. Lo que distingue a Jorge, lo que le convierte en esencial, es su capacidad para armar proyectos musicales multidisciplinares en colaboración con diferentes instituciones, certámenes y festivales de la provincia; además de tender puentes entre artistas de todos los estilos, orígenes y procedencias. Ahí están el ‘Mater Lux’ y ‘Los cielos cabizbajos’, por ejemplo.

El próximo domingo, Jorge lleva un proyecto precioso a la Malaha, con Soleá Morente y Antonio Arias. Y a final de agosto estará en Sulayr, en Pampaneira, con otra propuesta original. Además, muchas de las alianzas musicales que teje cobran vida propia y transitan sus propios caminos libremente, con lo que esa labor de apertura, colaboración y diseminación llega más lejos aún.

Jorge Rodríguez Morata es un tipo generoso que no duda en poner su talento y su trabajo, exigente y profesional, a disposición de los demás. Siempre que las propuestas respondan a unos niveles mínimos de calidad y seriedad, por supuesto. Como ejemplo reciente, la colaboración con Tato Rébora y el Festival de Tango en el homenaje a los cien años de Piazzolla. Un lujazo que la UGR aporta a Granada.

Jesús Lens

Cómo no hacer nada

Ayer jueves por la noche me hubiera gustado estar en Íllora, en el Parapanda Folk, que tocaban Fandila & Friends y el plan era envidiable. Sin embargo, no pude ir. La semana pasada también me hubiera gustado pasar por el Jazz en la Costa de Almuñécar, como tantas otras veces, pero también me resultó imposible. ¿Por qué? Porque estas dos semanas me he propuesto no hacer nada. Y lo estoy cumpliendo a rajatabla.

Instalado en La Chucha y vestido de bañador y camiseta, descalzo la mayor parte del tiempo, paso las horas leyendo bajo el sol, escribiendo a la sombra, nadando en el mar, trotando por la montaña, caminando por la orilla y yendo en bici por el periódico. Y ya. ¿Es eso “no hacer nada”? No, pero sí. Sí, aunque pueda parecer que no. ¿Suena raro? Un poco, la verdad. A ver si consigo explicarme.

El lunes pasado, al despertar con el arrullo de los cuclillos y las palomas y con el estridente chillido de alguna que otra gaviota, le eché mano al móvil y un mensaje me alertó de que durante la semana anterior había reducido su uso en más de un 70%. “¡Qué orgulloso estaría de mí la escritora y artista plástica Jenny Odell!”, pensé para mis adentros. Odell es la autora de un libro esencial, publicado hace unos meses por Ariel: ‘Cómo no hacer nada’, subtitulado con toda una declaración de principios: ‘Resistirse a la economía de la atención’. Paradoja: el libro se publicó en abril y lo tenía sobre la mesa de mi despacho desde entonces, pero no había sido capaz de sacar tiempo para leerlo… hasta ahora.

Leer un libro para ‘aprender’ a no hacer nada se hace raro. Ojo, que no se trata de un manual de autoayuda para enseñarnos a apagar el móvil. Aunque algo de eso tiene, es más una reflexión sobre la importancia de desconectar de lo virtual para prestarle más atención a lo real. Al aquí y al ahora. Al mundo que nos rodea.

Ni que decir tiene que, en bañador, estos mensajes calan mejor. Por eso me gusta, en verano, leer mucha ‘nature writing’ de la que presta atención a la naturaleza, además de relatos de viaje y ciencia ficción.

Otro día les hablo, largo y tendido, de ‘Cómo no hacer nada’. Ahora no tengo tiempo, que me esperan un libro, las gafas de sol y el mar calmo para hacerme a las aguas.

Jesús Lens

Un encuentro casual

Había ido a Calahonda a comprar el periódico. Salía de la tienda con mi mascarilla y estaba a punto de coger la bicicleta cuando me lo encontré de frente. Empezamos por levantar la cabeza y enarcar las cejas, ese típico gesto de reconocimiento humano que nos acompaña desde que fuimos neardentales. Nos aguantamos la mirada un par de segundos y, tras el “¡Ehhh!” preceptivo, propio de los Australopithecus, me sentí en la obligación de preguntar: “¿Qué tal?”.

Ni que decir tiene que no sabía quién era el otro. Pero en verano y en la Costa Tropical, desgreñados y sin afeitar, todos los gatos somos pardos.

—Pues bien. Pasando unos días de descanso, que falta hacía.

—Y tanto, que vaya año llevamos.

—Año largo, sí. ¿Qué estás tal tú?

—Pues estamos, que no es poco. ¿Qué hacías tú ahora, por cierto?

La pregunta buscaba, evidentemente, tratar de identificar a mi contertulio de una maldita vez.

—Pues lo mío se cayó con la pandemia, pero he conseguido unas clases por aquí y unas correcciones por allá y no me puedo quejar. Para como podríamos estar…

—¡Anda que no! Lo importante es tirar pa’lante.

Como por lo profesional no daba con la tecla y el tipo era alto, tiré por la parte baloncestísitica.

—Oye, ¿y sigues jugando?

—Que va. Lo dejé. Si aquello no fue más que una folletá, la verdad, pero Lola estaba acojonada por si acababa ludópata perdido y corté de raíz. Mejor, la verdad. A saber si tenía ella razón y no controlaba tanto como me pensaba…

A aquellas alturas de la conversación estaba más perdido que un votante de Ciudadanos así que hice lo único que podía hacer.

—Voy a tomar café. ¿Te vienes?

Al final fueron dos cafés bien despachados, que también le gustaban el género negro y los viajes.

—Oye, déjame tu número, que perdí la agenda y no te tengo fichado.

—Te llamo y cuelgas.

Trasteé con el móvil dudando cómo bautizarle. Le había puesto ‘Desconocido’, pero resultó que ya tenía otro contacto con ese nombre en la agenda. Y cuando iba a teclear ‘Desconocido de Calahonda’, me dijo:

—Me llamo Luis. Luis Aranzana. ¿Y tú? La verdad es que yo tampoco tenía ni pajolera de quien eras, pero me dio fatiga decírtelo y te seguí el rollo a ver si lo averiguaba.

Jesús Lens