Lo sé. No va a gustar. Lo sé. No va a gustar. Lo sé. Y, aún así…
Nadie dijo que fuera fácil. Y, sin embargo, cuando nos preguntan, todos nos mostramos proclives y favorables al cambio. Pero ¿lo somos? Hace unos días disfrutaba con unos documentales sobre el viajero tangerino Ibn Batuta en que se reivindicaba la frescura del agua que fluye libremente frente a las aguas estancas, proclives al enrarecimiento y la corrupción. Y leía a Kapuscinski: “¿Podríamos acaso imaginarnos la civilización humana sin la aportación de los pueblos nómadas?”
Sí. La acción, el cambio y el movimiento perpetuo son conceptos que visten mucho. Se perciben como románticos, intensos y literarios. Dan lugar a infinidad de citas, aforismos, refranes y perlas de la sabiduría universal. Lo escribíamos tiempo ha, cuando hablábamos de la innovación, a la que definíamos como una actitud para el cambio. Pero entonces, la crisis apenas empezaba a ser una amenaza, pálido reflejo de la tragedia en que se ha terminado de convertir para cientos de miles de personas.
El cambio ya no es un recurso literario o una metáfora poética. Ahora es una necesidad, casi una obligación y, consecuentemente, se ha convertido en sinónimo de zozobra. Las aguas abiertas ya no son tan estimulantes: las tormentas las convierten en algo pavoroso y nos da por pensar que mejor haber sido marineros de agua dulce en pantanos de poco calado. El cambio, cuando nos toca, produce vértigo y provoca ansiedad.
Y entonces nos toca volver a los clásicos y recordar conceptos tan básicos como las Leyes de Newton. Primera Ley, de la Inercia: “Todo cuerpo persevera en su estado de reposo o movimiento uniforme y rectilíneo a no ser que sea obligado a cambiar su estado por fuerzas impresas sobre él.” ¡Ay, la inercia! La propiedad de los cuerpos a de resistirse al cambio de movimiento.
Inmediatamente después y cargada de toda la lógica y el sentido, el filósofo, físico, matemático y alquimista inglés dicta la Segunda y consecuente Ley de Fuerza: “el cambio de movimiento es proporcional a la fuerza motriz impresa y ocurre según la línea recta a lo largo de la cual aquella fuerza se imprime.” A estas alturas de siglo XXI, creo que no hay que insistir en la magnitud de las fuerzas que nos andan zarandeando…
Y, por fin, llega la Tercera. La auténticamente novedosa, revolucionaria y preclara famosa Ley de Acción y Reacción, con la que Newton termina de rizar el rizo: “Con toda acción ocurre siempre una reacción igual y contraria: o sea, las acciones mutuas de dos cuerpos siempre son iguales y dirigidas en sentido opuesto.”
Cuando las fuerzas empiezan a empujarnos, nuestra reacción natural es ofrecer resistencia. A mayor presión, más capacidad de aguante. Pero, ¿qué pasa cuando las fuerzas son desiguales? Que fallan las defensas, se desgasta la capacidad de resistencia y el proceso de reacción termina por carecer de lógica y efectividad. ¿Y de sentido?
Jesús Lens Espinosa de los Monteros.