Vamos a terminar con este largo paseo nostálgico por algunos de mis imprescindibles del noir que hemos dado a lo largo del verano hablando del mejor cine negro español. Estas semanas hemos hablado de novelas yanquis y españolas. De cómics de fuera y de casa. De no ficción y de un peliculón norteamericano. Y como ya tendremos ocasión de profundizar en las escuelas de Madrid y Barcelona de los años 50, vamos a rematar con un clásico (más o menos) contemporáneo del noir hispano.
“—Tú bigotes. ¿Tienes mucha hambre, no? Pues ahora te voy a dar yo una cosita. Deja eso y pon ahí tu carterita de mierda…
—¡Bareta! Dame el mechero o te quemo los huevos”.
Medianoche. Bar de carretera. Máquina de pinball. Supergarcía metiendo caña al presidente de la Federación de fútbol en la radio. El camarero y un cliente juegan a los dados. Al fondo, un hombre solo está cenando un plato del día. Se le ve pequeño, lleva bigote y viste chupa de cuero. Acompaña el filete con una botella de vino presuntamente peleón. Entran dos atracadores. Baretta se acerca al comensal y le quita el mechero. El resto es historia del cine. Del mejor cine negro. Español. Europeo. Y universal.
Garci lo clavó. Bueno, Garci y Alfredo Landa. O Germán Areta, que para el caso es lo mismo. En el imprescindible libro ‘Adictos al crack’, publicado por Notorius, el propio Garci recuerda que, a Landa, el trabajo que más le gustaba de su filmografía había sido el que hizo en ‘El crack 2’. Garci le insistía en que no. Que su más perfecta composición la había dado en ‘Los santos inocentes’. Y ahí estaba el quid de la cuestión para Landa: su Paco el Bajo era una muy buena interpretación. Pero interpretación al fin y al cabo.
Areta era otra cosa. “Areta no es una actuación, Areta soy yo. He tenido la suerte de encarnar a alguien con quien, desde niño, soñaba: un tipo así, recto, un personaje mítico, un detective, alguien honrado, nada español, o muy poco. Un hombre de fiar”.
Año 1981. Por fin, un inquieto cineasta madrileño, se apresta a rodar su primera película noir. En 1978 lo había intentado con ‘Pérfida’, pero su alto presupuesto lo impidió. Su idea: filmar un noir clásico, canónigo. Como los clásicos norteamericanos que tanto le gustaban. Pero en la España contemporánea de aquel momento. ‘El crack’ está protagonizada por un detective privado, ese Germán Areta al que veneramos, interpretado por un Alfredo Landa en estado de gracia y al que los productores no veían en el papel, que el ‘landismo’ había hecho mucho daño.
El milagro de ‘El crack’ es que empiezas viendo a Alfredo Landa en el bar y cinco minutos después, ya es Germán Areta por siempre jamás. Un Areta que me recuerda mucho a Philip Marlowe: el cinismo y el descreimiento, las réplicas ingeniosas, la soledad… y su pasión por la verdad, más que por la pasta. Como muestra, un botón: “Este mundo huele muy mal, hace mucho tiempo que está lloviendo mierda, en mi oficio es donde más se nota, aunque a mí el olor me tiene ya sin cuidado. Pero lo que no me gusta es que traten de engañarme. Quien me pide que ponga la verdad en su mano tiene que empezar poniendo su verdad en la mía”.
¡Tremendo, el ‘piojo’! Que así le llamaban a Areta en sus tiempos de poli. El piojo Areta, un crack. “Mi trabajo es como otro cualquiera: duermo poco, ando mucho y lo que veo no me gusta”. ¡Menos mal que en 1982 no había tanto futbolista con apodo y el término de crack solo hacía referencia a ruptura, no a fenómeno! Porque para fenómenos, Areta, Garci, Landa y compañía.
Jesús Lens