Hoy se celebra el Debate sobre el estado de la ciudad. Escribo Debate así, en mayúsculas, como si esperara algo de él. Por darle empaque a la cosa y generar expectativa, que menuda decepción de Febrerillo el loco llevamos. Tras el apoteósico (y esperemos que irrepetible) enero, con su asalto al Capitolio, Filomena, la tercera ola y el enjambre sísmico; este segundo mes del año está como el tiempo: gris y ceniciento. Mustio. Soso.
Hace unos días, Luis Salvador subía a las redes un tuit muy prometedor, emplazándonos al Debate para conocer el prometedor proyecto de Granada en que el equipo de gobierno está trabajando de forma denodada.
Es tal la expectación que dudo mucho que haya pegado ojo esta noche. Por los nervios que me genera el Debate o, quizá, porque todavía me quedaban 150 páginas por leer de ‘Extraños en un tren’, libro que comentamos hoy en el club de lectura de Granada Noir. ¡Y aún tengo que ver la película! Menudo estrés.
Como este año estoy caminando mucho por diferentes barrios de Granada, cuando escucho lo del Debate sobre el estado de la ciudad, tres eslóganes se me vienen automáticamente a la cabeza: ‘Se vende’, ‘Se alquila’ y ‘Se traspasa’.
Son los carteles que rompen la pana en los escaparates de tiendas, comercios y bajos comerciales de nuestras calles. El pasado martes, el gremio de la hostelería escenificó la grave situación de su sector a través de una performance tan original como dolorosa: haciendo añicos diferentes piezas de sus vajillas para mostrar los platos rotos que les ha tocado pagar.
El estado de la ciudad es calamitoso. Y esto no es un crítica al gobierno municipal, que conste. Tras un año de crisis pandémica, estamos al límite. Económica, moral, personal y socialmente. Cuesta trabajo vivir sin un horizonte que vaya más allá del próximo fin de semana. Resulta complicado, por no decir imposible, ilusionarse con cualquier proyecto. Todo está prendido con alfileres y un castillo de naipes tiene una base más sólida que la mayoría de los planes que podamos trazar.
Ojalá que la Granada que nos presente hoy Luis Salvador sea ilusionante. Pero, sobre todo, ojalá que sea creíble, razonable y factible. Llámenme conformista y/o posibilista, pero con la que está cayendo, no estamos para milongas ni fantasmadas. Que no nos vengan con el cuento de la lechera, que para fábulas, las de Samaniego.
Jesús Lens