Un año. Ya ha pasado un año desde que Jorge Fernández Bustos publicara un libro inabarcable, inmenso, sorprendente y excesivo. Un libro que se desborda desde cada una de sus prodigiosas 400 páginas.
“Septimio de Ilíberis”. Así se titula la novela de Jorge, publicada por la editorial Círculo Rojo. Una novela con la que he tenido una deuda que he tardado mucho, demasiado tiempo en saldar.
Me pasa más de lo que ustedes piensan.
Leo un libro que me fascina, lo dejo reposar antes de afrontar la reseña… y nunca veo el momento de ponerme a ello. No por vago, ojo, sino porque creo que necesito más tiempo para absorber todo lo mucho y bueno que tiene.
Es lo bueno -o lo malo- de hacer las cosas por gusto, y no por obligación. Con la novela negra sí voy al día en mis reseñas y comentarios, pero con el resto de géneros, me lo tomo con calma. Con demasiada calma, a veces.
Por ejemplo, aquí delante tengo “El mar interior”, una obra maestra de Philip Hoare. Y “Los anillos de Saturno”, de Sebald. Dos novelas fundacionales que han cambiado mi forma de escribir y que, incluso, están condicionando mis actuales proyectos literarios.
Y no he dicho una palabra de ellos.
O de la genialidad de William Ospina y “El año del verano que nunca llegó”. O “Ecuatoria”, de Patrick Deville, por ejemplo.
Son libros de los que hablo con los amigos cuando estamos tomando unas cañas. Que los recomiendo y los regalo, incluso. Pero de los que aún no he escrito. Porque creo que todavía tienen mucho que decirme. O, quizá, porque me exigen una relectura, más tranquila y pausada.
O, también, porque soy egoísta y me gusta saberme poseedor de un pequeño tesoro que no me apetece compartir. Como los niños chicos.
Y con “Septimio de Ilíberis” me ha pasado lo mismo. Y es que es posible que algunos de ustedes no sepan, por ejemplo, que uno de mis libros de cabecera es “Fábulas y leyendas de la mar”, de Álvaro Cunqueiro, un autor al que, junto a Joan Perucho, Jorge Fernández Bustos dedica esta novela que… ¿he dicho ya que resulta fabulosa, desmesurada, sorprendente, emocionante y absolutamente inesperada?
Yo no sé cómo le dio a Jorge por situar su acción en la Granada de los visigodos. Porque, cuando uno piensa en Granada y en la novela histórica, o nos vamos a los árabes o a los romanos. Pero, ¿a los tiempos de Recaredo?
Pues sí. Al siglo VI de nuestra era. A los tiempos de las disputas teológicas entre el arrianismo y el catolicismo. A los tiempos del Concilio del Toledo.
Pero todo comienza en Granada, esa ciudad en la que todo es posible. En el cauce del Darro y en sus aledaños. Allí vive este Septimio, séptimo hijo de un vinatero y una curandera. Un Septimio que no tarda en ponerse en camino, en dirección a la Ruta de la Plata. Un Septimio que, como comprobarán los asombrados lectores, llegará a perder la cabeza, y no metafóricamente hablando. Pero no pasará nada. Porque en el universo mágico inventado por Jorge Fernández Bustos, todo es posible. También.
Los encuentros del camino.
Lo que le pasa a Septimio.
Y lo que ve.
Y cómo lo cuenta Jorge en las 400 páginas de una novela única en su género. Inclasificable. Mágica. Enorme. Envidiable. Imposible de resumir en un puñado de líneas.
¡Qué gusto, leer una novela así! Una novela que es pura literatura y que se lo debe, todo, a la gigantesca capacidad de fabulación de un escritor que también ha leído. Mucho y bien.
Háganme caso y no hagan como yo.
No dejen pasar el tiempo, entre que leen esta reseña y leen el libro.
Se van a alegrar.
Se lo van a pasar muy bien.
Van a gozar.
Y querrán guardar el secreto.
Pero no deben. Porque las cosas bonitas de la vida, hay que compartirlas. ¿verdad…?
Jesús Lens